Reloj de arena

Juan Antonio Muñoz Alcón: Por Pichuli lo conoceréis

Aunque jugaba bien al fútbol, lo que de verdad quería era escuchar el clamor de una plaza de toros

Nolito, Pichuli y el artista Antonino Parrilla Archivo Antonino Parrilla

Para hacerle un retrato al Pichuli es más aconsejable llamar a un experto en climatología que a un periodista. Más que nada porque el hombre es un fenómeno de la naturaleza, un trueno de felices consecuencias o una torrencial lluvia de ocurrencias, que ... difícilmente se puedan dibujar con un teclado. Todo en él son isobaras y borrascas preñadas de sal, sol y compás . Sin que falte el arco iris del humor. En la antigüedad se decía que el nombre que se le daba a un hijo encerraba su carácter, su forma de ser, algo también de su destino. Lo de Pichuli se lo puso el patriarca de su estirpe, el hombre que le dio la sangre y el talento , Isidro, que al verlo recién nacido con tanta abundancia capilar dijo: «Mira, es como el Pichuli, el mono del parque de Jerez…» Y Pichuli se le quedó para los restos. Pasando a ser el eslabón certero entre lo ordinario y lo extraordinario, entre lo posible y lo imposible, entre el cero y el infinito.

Eso le pareció a Cristóbal Halffter en un congreso en El Escorial donde El Pichuli disertó sobre una teoría musical del flamenco acompañándose de un video del Agujetas de Jerez cantando por martinetes. Cristóbal, tras escucharlo, le dijo al compañero y crítico de flamenco Manuel Martín: «¿Y ahora que voy a decir yo? Lo único que me apetece es callarme…» Traspuesto se quedó cuando a su hermano José Miguel Évora le dio una lipotimia escuchando en casa de sus padres a Manuel Moneo cantando por soleá. Y fuera de combate dejó el Pichuli a uno que quería ser futbolista en sus tiempos mozos. Pichuli le pegaba al balón con mimo y gusto. Villalonga, por entonces trabajando para el Sevilla, lo vio y se lo llevó para la cantera del Pizjuán. En un partido, por esas cosas que aceleran los pulsos de los futbolistas, se picó con su marca y le endiñó un directo al mentón que dejó al contrario escuchando pajaritos.

Pero Pichuli lo que de verdad quería escuchar era el clamor de una plaza de toros boca abajo, vitoreándolo por la seda de sus pases y las luces de su toreo. Entrenaba con José Luis Parada y tenía en Paula el canon de su estética. En cierta ocasión fue a verlo torear a Jerez con los paulistas sanluqueños. Presidía el club de fans su padre, Isidro. Con muy buenas formas les advirtió que si Paula tenía la tarde hipotensa y la gente se lo reprochaba que trataran de evitar conflictos con los protestantes. Paula estuvo aquella tarde para que la Guardia Civil se lo llevara por atentando a las Bellas Artes. La plaza era un agujero de sapos y culebras cayendo sobre el gitano. Y los sanluqueños amigos del Pichuli tragando quina, aguantando el tirón. Hasta que, en un momento dado, se levantó Isidro y se hartó de repartir peinetas (cortes de mangas) para todos lo antipaulistas como había en la plaza. Toma, toma, toma… Una de las mejores faenas de las que fue testigo directo Pichuli se la brindó Álvaro Domecq . Lo invitó a una del Puerto. En agosto. Con la gente vestida como para dar el cabezazo ante el Rey. Y el Pichuli se presentó con melena a lo Sandokan y una camisa de flores que no tenía arrestos de vestirla Elton John en el día de la patrona. Álvaro lo miró y le dijo: «Qué discretito vienes, ¿no, Pichuli?»

Pero a lo que le tomó Pichuli el aire fue a las sevillanas que metieron en solera sanluqueña los Doñana. Aquel grupo, para muchos entendidos de culto, porque letra, música y compás tomaron las proyecciones emocionales de la desembocadura cuando se pone el sol, y dejó abierto para la historia un nuevo acento en su evolución. Como les dije al principio: Pichuli siempre tuvo la llave para pasar de lo ordinario a lo extraordinario . Doñana cantó la salve, en realidad un Ave María que compuso Manuel Pareja Obregón dentro de la misa rociera. Y el olé, olé, olé, síntesis genial del toque del pito y el tamboril rociero, llevó al grupo al altar de las adoraciones populares, de dentro y fuera de España. Los rocíos de Pichuli dan para tres bibliotecas como la de Alejandría. Y las américas que firmó con algunas iniciativas lo convirtieron en conquistador. En México lo saben bien. Entre Cortés y Pichuli no hay color. Que se lo pregunten a aquellas mises que se quedaron traspuestas al comprobar su ardor guerrero. Hoy es anticuario, distingue perfectamente lo viejo de lo antiguo y tiene buen ojo para las pinturas del barroco . Ese ojo clínico que le falló aquel madrugón con Curro y Paula, los tres bien mojaditos, arrastrando el hambre que da el trasiego. A la mañana siguiente, mientras se afeitaba, Isidro le aulló: ¡Guau, guau, guau! «¿Por qué me ladras, padre?», dijo Pichuli. «Porque ayer os comisteis la carne del perro…» Solo un climatólogo puede ser fiable para hacerle un retrato a esta fuerza de la naturaleza, una borrasca de ocurrencias capaz de hacer extraordinario lo ordinario.

Artículo solo para suscriptores
Tu suscripción al mejor periodismo
Bienal
Dos años por 19,99€
220€ 19,99€ Después de 1 año, 110€/año
Mensual
3 meses por 1€/mes
10'99€ 1€ Después de 3 meses, 10,99€/mes

Renovación a precio de tarifa vigente | Cancela cuando quieras

Ver comentarios