Reloj de arena
Carlos Cabello Rey: nuestro hombre en Raticulín
La última constancia física que se tiene de él se la debemos a Carlos Herrera, quien en abril de 2016 se lo encontró en el pueblo y se hizo un selfie que lo vio medio mundo
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Iniciar sesiónEl dinero corría por las calles como galgos tras los conejos y había que salir a buscarlo armado de astucia, puntería y descaro. La década de los noventa convirtió a Sevilla en el patio de Monipodio, en un trasunto casi colectivo de Rinconetes y Cortadillos, ... en una novela picaresca donde pocos se salvaron de llevarse su punto, su coma bien y gratis y sus signos de admiración ante el milagro de ver cómo se ataban los perros con longanizas. Fue tiempo de chorizos universales y descubridores de América en la isla del tesoro . Y tiempos tan simuladores exigían tener en el armario un buen traje para engañar. Ese era el traje que había que utilizar para salir a la calle y cazar el dinero que corría como galgos conejeros. El traje de engañar. Impoluto, señorial, de caída estilosa y capaz de hacer un señor al pícaro que iba dentro. Lo utilizaron consejeros, directores generales, vendedores de seguros, marchantes de arte, restauradores, hosteleros, telepredicadores y contrabandistas de coches de alta gama alemana. Todos se doctoraron en la engañifa y el queo . La tendencia también llegó al mundo de frikiland. Donde afloraron, como caracoles al sol tras la lluvia, personajes de todo tipo e idéntica condición. Uno de ellos se empeñó en hacernos creer que llegó desde Raticulín , un exoplaneta donde Carlos Jesús sacó el título de sanador galáctico y abrió consulta en Dos Hermanas.
El traje de engañar de Carlos Jesús no fue tal. Cambió la caída estilosa de un terno de Armani por una túnica morada y otra blanca. Tenía una cabellera querubinesca cogida por una cinta a lo McEnroe, un discurso entre lo bíblico y el lado oscuro de la fuerza y unos ojos claros que, posiblemente, era lo más luminoso que guardaba la oscura condición de su picardía. Nació en los cuarenta en Sevilla. O en Raticulín, vaya usted a saber. Y en su persona se encarnaba el misterio picaresco de la trinidad galáctica. Porque Carlos Jesús era Cristopher y también Micael . El primero era una especie de Ceo de mantenimiento de las trece millones de aeronaves cósmicas que llegarían a la tierra desde una confederación galáctica integrada por Ganímedes, Raticulín, Alfa, Beta y algún peñasco más. Trece millones de naves, una locura sabiendo lo mal que estaba la cosa para poder aparcar en la tierra. Micael tenía voz cibernética y era el medio que empleaba la trascendencia para dirigirse a los enfermos y curarlos con amor y fórmulas intransferibles. En su sanatorio galáctico en Dos Hermanas se podía leer a la entrada: «Carlos Jesús. Curaciones por fe.» Y el negocio prosperaba. Había gente con muchísima fe y, quizás, con mucha más soledad, a la que no le venía mal que alguien lo escuchara. Tras atenderlos les decía: «Benditos sean todos en nombre de Yahvé…»
Intentar poner en pie el discurso sanitario, cósmico y religioso de Carlos Jesús puede provocarte una embolia. Él asegura que, trabajando en Mataró en la Pegaso, sufrió un accidente laboral que lo mató . Vio cómo, en un plano cenital muy cinematográfico, su cuerpo quedaba tendido mientras su espíritu se alejaba camino de las alturas. Tras ese accidente regresó a la vida y en el segundo primero de un piso de la calle Provenza de Mataró, frente a un puesto de calentitos, tuvo una revelación celestial. Quizás esa revelación fue la que hizo posible que, en su prodigioso estado de percepción mental, conociera el tercer secreto de Fátima, sostuviera que los extraterrestres son ángeles que ayudan a los humanos a curarse y que el mundo se acabaría el 1 de enero de 1990. Ahí se le oxidó el algoritmo. Pero es posible que llevara algo de razón y que, veintidós años más tarde, sea la luz de Endesa y no la divina, la que acabe con la vida de muchos consumidores en la tierra.
La televisión lo llevó más lejos que las naves de Raticulín. Entre Alfonso Arús y Javier Sardá , el traje de engañar de Carlos Jesús alcanzó su máxima expresión como prenda de trabajo. Una vez lo explicó diciendo que los de su planeta eran altos, rubios, con los ojos azules, estirados hacia atrás y que, a veces, llevaban túnica y otros trajes ajustados, más o menos como los que usaba el comandante Kirk en el Enterprise. El cinturón llevaba en el centro un triángulo en alusión trinitaria. Y una cruz al pecho de un metal parecido al oro pero que no lo es, extraído de un mineral del planeta Saturno. Los de su raza ni orinaban ni defecaban. Tienen unos organismos perfectos… Tampoco era mentira que él llevaba tres chips en el cuerpo: en el cerebro, en el pecho y en las piernas. Robocob a su lado era de plástico fino… Hace tiempo que no se le ve por Dos Hermanas. Era asiduo del bar Parada, donde apuraba su cafelito terrenal. Vivió en la barriada Las Ganchozas, una especie de poblado del oeste con tanto barro como las orillas del Orinoco. Y luego lo hizo en casa de su hermana, en el barrio de San Rafael. Dicen que puso consulta en el Rocío y que, desde entonces, Carlos Jesús o está cerca de las marismas o pilló la primera nave que salió para Ganímedes para quitarse de en medio. La última constancia física que se tiene de él se la debemos a Carlos Herrera , quien en abril de 2016 se lo encontró en el pueblo y se hizo un selfie que lo vio medio mundo. El gran líder lo colgó en las redes con el siguiente texto: «El selfie de mi vida. Paseando por Dos Hermanas me encuentro con Carlos Jesús. No hay momento más grande». Después de la llegada del hombre a la luna hay que registrar ese momento selfie como un gran paso para la humanidad. Carlos Jesús sigue viviendo su historia en algún punto del planeta. A la espera de que los trajes de engañar sigan funcionando tan divinamente como en aquellos años noventa, cuando llegó a la tierra desde un planeta llamado Raticulín…Fú, fú.
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