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Reloj de arena

Carlos Cabello Rey: nuestro hombre en Raticulín

La última constancia física que se tiene de él se la debemos a Carlos Herrera, quien en abril de 2016 se lo encontró en el pueblo y se hizo un selfie que lo vio medio mundo

Carlos Jesús alcanzó su momento de gloria en los años noventa ABC
Félix Machuca

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El dinero corría por las calles como galgos tras los conejos y había que salir a buscarlo armado de astucia, puntería y descaro. La década de los noventa convirtió a Sevilla en el patio de Monipodio, en un trasunto casi colectivo de Rinconetes y Cortadillos, ... en una novela picaresca donde pocos se salvaron de llevarse su punto, su coma bien y gratis y sus signos de admiración ante el milagro de ver cómo se ataban los perros con longanizas. Fue tiempo de chorizos universales y descubridores de América en la isla del tesoro . Y tiempos tan simuladores exigían tener en el armario un buen traje para engañar. Ese era el traje que había que utilizar para salir a la calle y cazar el dinero que corría como galgos conejeros. El traje de engañar. Impoluto, señorial, de caída estilosa y capaz de hacer un señor al pícaro que iba dentro. Lo utilizaron consejeros, directores generales, vendedores de seguros, marchantes de arte, restauradores, hosteleros, telepredicadores y contrabandistas de coches de alta gama alemana. Todos se doctoraron en la engañifa y el queo . La tendencia también llegó al mundo de frikiland. Donde afloraron, como caracoles al sol tras la lluvia, personajes de todo tipo e idéntica condición. Uno de ellos se empeñó en hacernos creer que llegó desde Raticulín , un exoplaneta donde Carlos Jesús sacó el título de sanador galáctico y abrió consulta en Dos Hermanas.

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