«Todos los comienzos de GH VIP dan un poco de pena»

Todos los comienzos de «GH VIP» dan un poco de pena . Se juntan personajes del submundo previo a la televisión con otros decaídos. Que la saga de los Ozores acabe con Emma en el mismo sitio en el que Víctor Sandoval le dijo a su perro Nou aquello de «separaditos no, separaditos nunca» da que pensar. El registro cómico de Emma (que pronto se puso a comer) ya es general. Es muy difícil ser cómico porque ahora todo el mundo habla como en «La que se Avecina».

El casting está bien, pero... algo falta aún: Terelu con su acentito y su «efecto porra» . Blume y Alyson Eckmann entraron junto a Toño Sanchís y él empezó a lanzar señales. Se tocaba mucho el pelo o se ponía serio e imitaba el gesto de Liev Schreiber (¡Ray Toñovan!). Les sometieron a una de esas pruebas absurdas con musiquita de fondo que parecen del «Un, dos, tres». «P’a ladrones no servimos», concluyó Toño pulsando la hilaridad general. Tuvo un rapto de melancolía que define lo que «GH VIP» tiene de resumen de la fortuna: «Hace 16 años pisé yo esta casa por primera vez para cantar el "A pelo piqué, bicho malo pillé"» . ¿Es eso subir? ¿Es eso bajar?

El casting ya no nos sorprende, lo hemos visto todo. Está Aless Gibaja, una secuela estética de Rappel que contó su campaña contra el bullying. Enseñar su instagram es lo último que debería hacer un niño amenazado en el cole. Está el compositor Alejandro Abad, que confesó haber ganador dos OTIS, y un tronista italiano, pues es sabido que la delicada química de grupo de todo reality exige un maromo «transalpino». En principio iremos con Alonso Caparrós y su retorno a lo Carlos Lozano. El protagonista de «Perdona bonita, pero Lucas me quería a mí» se ha convertido en su padre.

En «GH VIP» hay mucha tele de los 90 reciclada . Otra forma de verlo consiste en trazar parentescos y relaciones entre los personajes, como en un zodiaco de nostalgia trash.