la ventana indiscreta
Bienvenida, miss Streep
«En España vivimos como si necesitáramos que nos homologuen como ciudadanos del mundo, que nos sepan situar en el mapa»
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Madrid
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Iniciar sesiónDice el humorista que cuanto más se esfuerza uno en pensar un chiste, menos gracia hace. Y eso pasa también en la vida, que a veces parece sin pretenderlo una comedia barata. A Meryl Streep, por ejemplo, le bastó mover los pies –bailar, lo ... que se dice bailar no fue lo que hizo cuando sonaron las gaitas– para conquistar a España entera en Oviedo la semana pasada. Su talento es tan inabarcable que hasta hizo llorar a un niño de diez años que, por supuesto, ha debido verse todas las más de sesenta películas de la actriz, incluida alguna tan recomendable para su edad como 'La decisión de Sophie'.
Todos nos rendimos a Meryl, que además de tres Oscar, ha tenido el acierto de haberse venido pa' España.. Ella, agradecida, correspondió con todo lo que conocía del país anfitrión (Picasso, Lorca y... Penélope Cruz por si acaso) en su discurso de agradecimiento por el Princesa de Asturias de las Artes. Rozó el sobresaliente: le faltó hablar de la paella, de los toros y de Julio Iglesias.
Una devoción desmedida hacia el visitante que recuerda a esas estrellas de antaño que se dignaban, oh misericordiosos, a hacer un alto en sus giras para ser aplaudidos en diferentes programas de la televisión patria.
Han pasado justo setenta años desde que se estrenó 'Bienvenido, Mr. Marshall' y en España, en según qué cosas, poco hemos cambiado. Seguimos viviendo como si tuvieran que homologarnos como ciudadanos del mundo, como si necesitáramos que supieran situarnos en el mapa. Al visitante, alfombra roja. No vaya a irse, como Victoria Beckham, diciendo que España huele a ajo.
Nos sucede lo mismo que a los pobres desgraciados herederos de la última serie de Mike Flanagan, cada cual más ridículo con tal de llamar la atención del patriarca, interesado no en sus retoños, sino en beber, ganar dinero y seguir teniendo bastardos. Sirva de lección, quizás un poco demasiado macabra, lo que les sucede a todos, más suicidados que asesinados en 'La caída de la Casa Usher'.
Si en '2001: Odisea del espacio', el monolito es Dios, como se acordaba de subrayar siempre el fallecido Carlos Pumares, en la ficción de Netflix, que adapta varios relatos de Edgar Allan Poe, el cuervo somos todos. Un público sufrido, atormentado, encantado de que se acuerden de él, necesitado de una carantoña como la de Meryl, por mínima que sea, para seguir idolatrando.
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