Festival de Cannes
Farhadi se lleva arriba la competición y Julia Ducournau la endurece de titanio
La película iraní ‘Un héroe’ es un consuelo y la francesa ‘Titane’ es una angustia
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Iniciar sesiónEl iraní Asghar Farhadi no es que sea uno de esos directores que gustan en los festivales, que también. Es un director que gusta en las salas de cine y hasta en la Academia de Hollywood , que ya le ha dado ... dos Oscar por dos de sus varias obras maestras, en 2012 por ‘Nader y Simin, una separación’ y en 2017 por ‘El viajante’. Ha presentado aquí, a competición, ‘Un héroe’ , que es, por decirlo pronto, una maravilla. Farhadi escribe sus propios guiones y suelen estar repletos de sensibilidad, humanidad y dilemas morales que no solo afectan a su país y sus conciudadanos, sino también a cualquiera que tenga por costumbre recapacitar algo, aunque sea poco, sobre sí mismo y sus relaciones con los demás y su entorno.
‘Un héroe’ es una película sencilla y que plantea (sin complejos de director y ese ‘ahora vais a flipar’ que tanto se lleva) la progresiva caída de un hombre bueno atrapado en una red de situaciones adversas y de las consecuencias de afrontarlas equivocadamente y mal aconsejado. El hombre está en la cárcel por no pagar una deuda y por el empecinamiento del deudor que lo denunció. Le abandonó su mujer y se quedó con su hijo, que tiene problemas para hablar y vive con sus tíos. La mujer con la que pretende rehacer su vida se encuentra una bolsa con monedas de oro y le propone satisfacer la deuda y conseguir el perdón de su deudor, pero la cosa no es tan sencilla y se enreda entre mentiras sin maldad, buenas obras que no lo parecen y diversos prejuicios y falsos juicios.
Inteligente y sutil
La composición que hace de ese hombre el actor Amir Jadidi es espléndida, y le presta ese gesto y esa traza de quien rara vez es preso de alguna mala idea, y son inteligentes y sutiles los caminos que utiliza Farhadi para comprometer al espectador en los vericuetos de la ética en su viaje de ida y vuelta de lo bueno a lo malo. Sin haber propiamente villanos en su historia, quedan detallados con claridad esos pasadizos intermedios por los que se mueve la vida, sus incidencias y circunstancias. La tensión del personaje, la temperatura del drama a su alrededor, crece y se hace compleja, y todo ello contra el fresco cotidiano de un día cualquiera y unas gentes cualquiera de Teherán , en la que busca Farhadi no una resolución para la historia que nos cuenta (sí dramática, pero no infeliz), sino una impresión de persona y sociedad que tiene la virtud de quedársete dentro un buen rato.
Y hubiera sido el rato mucho mayor de no sentarse a ver la otra película a competición, ‘Titane’ , francesa y dirigida por Julia Ducournau , y que, como ya hizo en la anterior, ‘Crudo’, te deja molido a golpes de plano, provocadoras secuencias, imágenes de extrema peligrosidad para la vista y un estado general de magulladuras de cerebro para abajo. Sacaba a puntapiés a la de Farhadi de la cabeza. Tras un pequeño prefacio en el que una niña que viaja con su padre en coche tienen un accidente y le implantan una placa de titanio en la zona de la sien, la película la recoge ya de mayor y en dos periodos mal conjugados: en el primero, ella mata con enorme violencia y poca causa a todo lo que se le pone por delante, y en el segundo, con la cabeza y el cuerpo ya vueltos del todo, se hace pasar por un niño desaparecido hace años y su padre lo acoge como si fuera él…
Agathe Rouselle , un portento de física al servicio de un personaje imposible, y Vincent Lindon como padre escacharrado llevan el peso enorme de un guion que hubiera necesitado alguien más que la propia directora para salirse de algunas zonas de cochambres en las que se mete. Parte de la acción transcurre entre un destacamento de Bomberos, del que el padre Lindon es capitán, o algo así; la cosa se desploma ante el estrambote de las situaciones, por más que se le quiera ver metáforas de aceptación y diversidades sexuales, y hay momentos de preñez, o sea, embarazosos, que realmente se llevan mal si los miras.
En fin, dos formas tan lejanas de ver y hacer el cine, las de Farhadi y Ducournau, que hacen pensar sobre si, además del test Covid, no deberían exigir también un test psicológico para entrar a la sala.
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