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Críticas de los estrenos del viernes 21
«Mátalos suavemente», «A Roma con amor», «Contrarreloj» y «Sin frenos» aterrizan en la cartelera
Críticas de los estrenos del viernes 21
«MÁTALOS SUAVEMENTE» ***
OTI RODRÍGUEZ MARCHANTE
Cuando Tarantino le hizo al cine negro un nudo corredizo en «Pulp fiction», aún no se sospechaba que muchos directores lo usarían después como lazo para ahorcarse, y a punto está también de conseguirlo Andrew Dominik, un cineasta mucho ... más artístico y moderno que Tarantino como ya demostró en «El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford». Pero a Dominik le acaba funcionando el contraste entre el «thriller» discursivo, parlanchín, y el personaje lacónico que interpreta con gracia Brad Pitt, y también los contrastes de una confrontación aún mayor y más intelectual que el director plantea con su película muy de género: delincuentes de medio pelo, mafiosos de Segunda B, asesinos a sueldo con necesidad de prejubilarse, el dinero sucio, la sacrosanta profesionalidad, la violencia extrema y la muerte tonta..., todo, como metáfora forzada de la voracidad implacable del mundo financiero y su onda expansiva en la crisis que vivimos.
Dominik empapa lo que no es más que una mera historia de hampones con el paño húmedo de la política y la vocación estética, sí, aunque «gustándose» como un torero de salón, lo cual lo aleja lamentablemente de la frescura y la genial campechanía tarantina. «Mátalos suavemente» mezcla no sólo silencios con parloteos, el dinero sucio con el ensuciado y la idea del arrabal con la del capital, sino que también revuelve en lugares inexplorados, como la intimidad deprimente de ese criminal de oficio que interpreta James Gandolfini.
Las escenas de confidencia entre Gandolfini y Brad Pitt son lo mejor y más terriblemente simbólico de esta película que se busca en las alturas pero que tiene su mayor mérito mucho más a ras de suelo, en su zona embarrada, con varias secuencias de acción brutal que te secan la boca y con ese fondo de olla quemada que siempre le otorga a una historia la presencia de actorazos como Ray Liotta o Richard Jenkins.
«A ROMA CON AMOR» ***
O. R. MARCHANTE
En una rara lógica discordante consigo mismo, Woody Allen y su fascinación por la sólida, espesa y profunda cultura europea han conseguido sumergirse en ella con un neopreno de banalidad y chispa, y su cine, sus películas europeas, se han empeñado en empotrar la complejidad de su propio «mundo» en la frivolidad y los clichés visuales y emocionales de una ciudad, sea Barcelona, París o Roma. Sobre si este ensamblaje entre la mirada turística y el crepuscular cinismo de Woody Allen está a la altura de su genio, es decir, si ha merecido la pena el viaje y el empeño, y si estas «peliculitas» tienen sitio en su filmografía, podrá discutirse cuanto se quiera, pero..., en el espacio que le queda a este comentario no se podrá decir más cosa que el tono de comedia entre las cuatro o cinco historias que se cruzan en «A Roma con amor» adquiere en algunos momentos la altura de lo extraordinario (la ocurrencia «ducha» será indeleble al borrador del tiempo) y en otros, la altura de lo cínicamente ordinario (la fama tontorrona es mejor que la invisibilidad, y la infidelidad mejor que la insípida cursilería)...
Como es inevitable en cualquier película de Allen, los diálogos y las situaciones buscan y encuentran la conexión explosiva con el sentido del humor del espectador (te partes, literalmente, de risa), y disimula entre algunos personajes (Alec Baldwin, Roberto Benigni, Penélope Cruz o el propio Allen) lo más caustico y deprimente de su mirada. Cualquier película de Allen, incluso la más trivial, que no es el caso, contiene kilos de una gracia y una inteligencia que bien nos vendrían a los que hablamos de ella.
«CONTRARRELOJ» **
JOSÉ MANUEL CUÉLLAR
Como si desde «Leaving Las Vegas» un poderoso, demonio se hubiese apoderado de él, el sobrino de Coppola ha emprendido un vertiginoso, a la par que lucrativo, descenso a los infiernos cinematográficos. En pocas palabras: no elige bien ni un guión. Probablemente se ha vuelto conformista, poco exigente, dejando deslizar su carrera por el cómodo y seguro carril de la comodidad.
Algunas veces arriesgó y se equivocó, otras, como en esta «Contrarreloj», tiró al negro fijo, seguro de lo que iba a encontrar, de lo que la película iba a ser: poca cosa, una especie de telefilme de sobremesa con cierto aire de importancia elevado sobre más dinero del que se suele invertir en la caja tonta. Pocas veces ha flotado.
Cage sabía que la historia estaba vista, sin ir más lejos en la reciente «Venganza» de Liam Neeson, pero esta exhibe ribetes mucho más simples. Ex compañero muy malo secuestra a la hija de un prota con intentos de redimirse (las cárceles yanquis deben ser chachis piruli porque de ahí todo el mundo sale buenísimo de no delinquiré nunca más).
Así que lo demás es sabido: poco tiempo para el rescate y al final no queda otra más que volver a delinquir para sacar a la niña del apuro. Y sorprenden dos cosas: lo fácil que el tipo roba fortalezas inexpugnables, como quien fuma, y lo difíciles de matar que son estos malos, a los que hay que rematar siete veces para que la final tenga siete finales porque para conseguir emoción no queda otra. Total, peli ya vista en la que solo queda la incógnita de saber qué peluquín va a usar Cage para tapar su decadencia. En fin, para palomitas sin más.
«SIN FRENOS» **
A. WEINRICHTER
Imposible empezar sin decir lo mucho que a uno le aburren las pelis de persecuciones urbanas y añadir enseguida que «Sin frenos» no resulta nada aburrida. Quizá porque corren en bici, un artefacto simpático y que no hace ruido. El caso es que el héroe (y/o su doble para escenas de acción) hace con su bici lo mismo que Astaire con Ginger Rogers: convierte su oficio en un espectáculo de elegancia y agilidad a gravedad cero. Además tiene un GPS incorporado con implementos de «precog» (que diría Philip Dick), lo que le permite anticipar por donde escurrirse mejor.
Total, que no hay quien le coja, con o sin atasco, con o sin carril bici. Como además el villano es el estupendo Michael Shannon (el poli de «Boardwalk Empire», aquí más corrupto), que se lo pasa en grande parodiando su estés de hombre acorralado hasta la exasperación, el duelo resulta de lo más gustoso. Añádase la construcción de un guión con bucles temporales del habilidoso David Koepp, aquí también realizador, y se entenderá cómo se puede disfrutar de una película de carreras más que parece ofrecer como única novedad el vehículo a dos ruedas.
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