«Alejandro magno» Cuando el personaje y el actor se pelean, y pierden ambos
Acaso valga la pena ver este Alejandro Magno que propone Oliver Stone sólo por entrar con él en la antigua Babilonia, en una secuencia de insolente riqueza visual y puede que mil veces imaginada pero nunca vista. La triunfal entrada en la ajardinada capital persa ... es el gran momento de la película (y tal vez de la gloria militar de Alejandro, tras ver como se escabullía entre sus tropas derrotadas Darío); hay otros momentos de mucho peso cinematográfico, histórico o narrativo, incluso algunos realmente espectaculares, como esas escenas de batallas con elefantes... Pero nada de todo esto es excepcional, salvo la visión asombrosa de lo que pudo ser la ciudad de Nabucodonosor y Ciro.
Pero estamos dentro de una película de Oliver Stone, alguien que no busca la excepcionalidad de la imagen sino de la idea... Rara vez lo consigue. Al cine de Oliver Stone siempre le falta o le sobra algo. En esta ocasión, en su notable esfuerzo por atrapar la figura magna del macedonio Alejandro, curiosamente le falta lo mismo que le sobra: protagonista. De un modo arriesgado, Stone decide que el actor irlandés Colin Farrell sea quien encarne la complejidad y la carnalidad de la figura histórica de Alejandro Magno, el forjador de un gran imperio que abarcaba desde Grecia hasta el umbral de China. Pero a la interpretación de Colin Farrell le falta complejidad y le sobra carnalidad. Dicho de otro modo: el irascible, jactancioso y «macarrón» actor transmite con facilidad al guerrero Alejandro, al caprichoso, brutal, egocéntrico, loco y acomplejado Alejandro, pero no asoma en él ni rastro del gran estratega, del discípulo de Aristóteles, del hombre culto y templado al que admiraron todos los pueblos y gentes de su época y de los siglos y milenios posteriores. Por decirlo pronto: si Alejandro Magno se hubiera parecido al que interpreta Colin Farrell, hoy no quedaría ni rastro de él.
Y esta especie de desencaje entre los protagonistas, el actor y el personaje, afecta inevitablemente a la relación entre todos los demás elementos. De todos modos, la película es sólida y está construida para que funcione incluso alejada de la perfección: reconstruye muy bien Oliver Stone las figuras y los fondos de la historia; apreciamos lo rugoso de la época en las relaciones entre Alejandro con su padre (Filipo, encarnado con fuerza y brutalidad por Val Kilmer), con su madre (Olimpia, también acertada la sibilina Angelina), con el hombre que amó en un sentido entre Platón y Aristóteles (Hefestión, Jared Leto, que también lo ensombrece), con la mujer que se casó (Roxana, Rosario Dawson, quien no necesita más que un par de escenas para echarlo de la película)...
Alejandro no impregna a Colin Farrell sino que ocurre al revés, que el modo, la traza de Farrell se le queda untada como una grasilla al gran personaje, situándolo en un pedestal confuso en el que lo mismo podría estar Calígula que Gengis Kan. En cuanto a la polémica chorra sobre la homosexualidad, no da ni para la línea que ahora se acaba.
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