Cardo máximo

Guerra imperialista

De repente, Putin se habrá dando cuenta de que vive en otro mundo distinto al que añoraba recrear

Conviene advertir al lector de que esta columna versa sobre algo que ya no existe. Duró un tiempo, pero desapareció como una raya en el agua. Verá. El sábado por la mañana, el paredón de San Laureano, junto a la Piedra Llorosa al final de ... la calle Alfonso XII, amaneció con una enorme pintada roja. Tal era su color, no sólo físico, sino también intelectual. «No a la guerra imperialista», rezaba con sus letras de medio metro a la vista de todo el que pasara junto a la capilla de las Mercedes de la Puerta Real. La firmaba, para que no cupieran dudas, el Partido Comunista de los Pueblos de España, un partido marxista residual en cuya página web tiene colgado un delirante manifiesto que sólo puede provocar una sonrisa de conmiseración: «La OTAN, con los EEUU al frente de ella y la complicidad activa de la UE, es la potencia que ha provocado esta situación con sus continuas agresiones a la convivencia pacífica entre los pueblos». La pintada en cuestión duró sólo unas horas. Alguien -¿extraña diligencia de Lipasam, la propiedad enfurecida, compañeros de viaje avergonzados?- se dio prisa en borrarla. Antes del almuerzo, la pared volvía a estar blanca. La pintada dejó de existir.

Tampoco el mundo que Putin añora recrerar con su agresión a una nación soberana. Existió bastante tiempo a la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, pero sólo el equilibrio nuclear garantizó las respectivas esferas de influencia convertidas en patios traseros donde cada superpotencia podía sentirse con las manos libres para hacer y deshacer a su antojo. Como la pintada de San Laureano, muchas manos anónimas se han encargado de borrar ese modelo al que le viene al pelo el adjetivo «imperialista». De repente, Putin se habrá dado cuenta de que vive en otro mundo. De que la resistencia ucraniana defendiendo su nación es mucho más fiera de lo que suponían sus estrategas. De que había despreciado, dentro y fuera de Rusia, establecer un relato para convencer a alguien más que a los nostálgicos del PCPE 'et alii'. De que en los conflictos internacionales han aparecido en escena una pléyade de actores (hackers, líderes de opinión, ONG…) cuya influencia viene amplificada por las redes sociales. De que, una vez superada la parálisis inicial, los gobiernos europeos empiezan a reaccionar empujados ostensiblemente por la opinión pública. De que -y esto no pasa de una conjetura- su ejército sobre el terreno se está atascando y de que las protestas en la retaguardia van a ir en aumento conforme se prolongue la intervención.

Todo eso es nuevo. O, al menos, lo novedoso es la eclosión de tantos factores que estaban latentes y que la agresión imperialista de un dictador borracho de poder ha agitado como quien sacude una colmena. También muchas abejas picando pueden matar a un oso.

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