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Pásalo

Le Carré

Sin él nos encontramos más huérfanos en un mundo muy oscuro

John Le Carré en el congoleño lago Kivu Michela Wrong
Felix Machuca

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Conoció al espía que surgió del frío, al topo, al jardinero fiel y a la chica del tambor. Fue por un breve periodo de tiempo un oscuro burócrata que trabajó en un despacho sin estridencias del MI6 británico. Pero sirvió mejor a Su Majestad como ... escritor que como espía. Dejó aquella mesa repleta de papeles que esperaban su trámite administrativo para ocuparse de escribir sobre el lado oscuro, poco visible, de la guerra silenciosa entre los dos mundos que peleaban por la supremacía: el de occidente y el soviético. No fue espía. Pero explicó como muy pocos el mundo del espionaje. Algunas veces pensé que, escribiendo, ejerció mejor el espionaje que cuando trabajó en aquel oscuro despacho de la agencia de inteligencia británica. Porque sus libros se vendieron como la mantequilla y la mermelada. Y la visión del mundo que defendía llegó a millones de lectores que, gracias a sus textos, se sintieron identificado con el modelo de democracia occidental que sus antiguos excompañeros defendían revelando altos secretos obtenidos en Moscú, Beirut, Ruanda, Congo o Palestina. John le Carré, que también se fue en este año tan sobrado de adioses, tuvo la grandeza moral de saber que lo que defendía podía ser, igualmente, muy atacable. Su mundo literario, tan real, no era una simplificación de buenos y malos. Nos encontrábamos, quizás, con esa ambigüedad moral que descubría un mundo complejo y sembrado de minas, donde el bando al que pertenecemos no salía siempre bonito en las fotos.

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