Pásalo
Autodestrucción
Quizás el silencio sea una forma de salvar la belleza de los bárbaros
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Iniciar sesiónSara Tavares, arquitecta portuguesa con estudio en Sevilla, donde trabaja desde la Expo de 1992, me dijo en cierta ocasión que aún existen muchos lugares vírgenes, intocados y a salvo en su Portugal natal, pero que conviene abrir los ojos y estar alerta, porque de ... un día para otro aparece la grúa y cae el meteorito. Me acercó a una teoría suya, de consumo privado, para delimitar los patrones del desarrollismo y la autodestrucción patrimonial. Asidua de la costa Vicentina, el mar del Alentejo, se congraciaba de encontrarse su coche con una capa de polvo blanco donde lo tenía estacionado, quizás una vereda olvidada camino de una bonita casa rural entre granados y algarrobos, porque ese polvo la retrotraía a su infancia, cuando el país aún no había comprobado, como por ejemplo lo ha hecho Albufeira o Portimao, cómo es la vida al otro lado del muro del desarrollo. Ese manto blanco de tierra de talco funcionaba como su bucle melancólico de una infancia feliz y lejana. Pero también como bandera blanca de que el territorio y el patrimonio estaban en paz con las legiones del progreso más bárbaro.
Hace unos días he vuelto a hablar con Sara Tavares. Y lo he hecho para alertarla de que una de las ciudades más hermosas, bonitas y coquetas del Algarve, Tavira, ha engendrado un monstruo de hormigón y soberbia, convirtiendo el sesentero cine teatro de Antonio Pinheiro en un cubo parecido al que utilizaban los ciborgs en la serie Star Trek. No se lamenta aquí la agresiva restauración del local, sino la indecencia estética de un edificio que rompe la armonía, la belleza y la serenidad de un caserío como el de Tavira, donde lo popular se amanceba sin pecado con la construcción modernista y neocolonial con ribetes orientales en sus tejados. En sí, Tavira, es una obra de arte, la canción del mar de Dulce Pontes cantada en el quiosco de música de su parque junto al río Gilao, donde se debería prohibir la entrada a grúas y proyectos que vengan a destruir la pureza de su alma. Un amigo de esa ciudad, el insobornable Álvaro Pastor, nos ha dejado siempre las huellas fotográficas de sus viajes al otro lado del Odiel. No sé si esto que les escribo llegará a sus manos y le daré el fin de semana. Pero, querido Álvaro, al paraíso portugués le quedan días de vida. Porque siendo malo lo que están haciendo en Tavira con el cine Pinheiro, lo peor vendrá después.
Si lo perpetrado queda impune, en el siguiente vagón no cabrán los proyectos, urbanizaciones, derribos y territorios arrasados donde el polvo blanco de los coches del que me hablaba Sara Tavares, sea puro recuerdo, pura melancolía. Nadie se opone al progreso, la cultura y al desarrollo. Pero sí me opongo a que, en nombre de esas tres banderas, los ejércitos que las siguen se crean con carta blanca para pasar por ellas como Roma por Cartago. A menos de noventa minutos de Tavira vuelvo a encontrarme con el polvo blanco en el coche y una ciudad tan hermosa y reconciliadora como Silves. Pero me da miedo hablarles de ella. Quizás el silencio sea una solución para salvar a estas ciudades de los bárbaros…
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