QUEMAR LOS DÍAS
El diablo sobre ruedas
Si el autobús era España, España estaba muy cabreada
Mejor imposible
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Iniciar sesiónHace poco se cumplieron cincuenta años de 'El diablo sobre ruedas', el mítico telefilme que supuso la primera pica en la laureada trayectoria de Spielberg. Dudo que haya alguien que no conozca esa angustiosa cinta, pero por si acaso recordaré que la historia iba de ... terror, concretamente de terror vial: un camión se pasaba toda la película persiguiendo al protagonista por largas carreteras de la América profunda. En ningún momento veíamos el rostro del camionero, de manera que el camión jugaba más bien un papel simbólico: representaba la amenaza, el daño, el miedo.
En estos días de la huelga del transporte, el Gobierno español ha optado por rendir un homenaje a aquella película, convirtiendo a los transportistas en un ente maléfico gobernado por telúricas fuerzas de ultraderecha, obsesionadas tan sólo con hacer caer a Pedro Sánchez. Un problema de seria miopía que, como en la peli de Spielberg, olvida que todos los camiones están conducidos por personas que tienen familias que comen tres veces al día, se visten y lavan su ropa e incluso pagan impuestos.
Hace varios días tenía que viajar a Sanlúcar de Barrameda. Viendo el coste del gasoil, me salía mucho más a cuenta hacerlo en transporte público. Creo que hacía más de veinte años que no viajaba en un interurbano. Después de una hora de trayecto, recordé por qué: Los Palacios, Las Cabezas, Lebrija, Trebujena, las paradas parecían no tener fin. Pero una vez hecho el cuerpo, me encomendé a uno de mis vicios más irrefrenables: poner el oído. En cada localidad subían nuevos lugareños, que se desplazaban entre pueblos para sus menesteres. Y a la salida de cada pueblo, en las rotondas, se desplegaban piquetes informativos, vigilados por la Guardia Civil.
Allí dentro, en el autobús, estaba toda España: parejas mayores de visita al hospital, personas con destino al trabajo, inmigrantes de tránsito, estudiantes. Los piquetes despertaban una tremenda solidaridad. Y el nombre de Pedro Sánchez aparecía de forma constante, navegando entre mares de insultos y maledicencias.
Si el autobús era España, España estaba muy cabreada. La conversación entrelazada de los distintos pasajeros recordaba de hecho, más bien, a una terapia de grupo, era como si hubieran quedado todos en aquel autobús para quejarse. Desde fuera, en la distancia, como el camión de la película de Spielberg, sólo se vería un autobús.
La sensación de cabreo se ha instalado en las últimas semanas en la calle. Está en los desayunos, en las colas de los supermercados (semivacíos de género), en los veladores, en las reuniones de trabajo. Un formidable mosqueo que es la cristalización de quien se siente desesperado por el abandono.
En la película de Spielberg, por cierto, para el que no lo recuerde, el protagonista acababa venciendo al camión, que caía por un acantilado, y conseguía salir indemne. Aquello, claro, era una película.
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