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LA TRIBU

Cruces de mayo

Almonaster es una belleza desde sus pies a su frente, desde su alto cielo a sus aguas

Montaj de curces de mayo RAFAEL CARMONA
Antonio García Barbeito

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Tiene por su pueblo, Almonaster la Real, una querencia cuasi de animal —de animal—: por su familia, por sus paisanos, por el paisaje deslumbrante y poderoso de la sierra, por la gastronomía, por todo lo que se mueve allí, todo lo que se cimbrea en ... las ramas del aire cuando toca hablar de un folclore tan arraigado como el de las Cruces de Mayo. Todo lo que allí se mueve, lo mueve a él; todo lo que allí se levanta, a él le levanta la sangre, la alegría, la emoción. Con una guitarra entre los brazos se convierte en el más romántico contrabandista de historias que guarda, a puñaditos, en los cinco versos del fandango. Hay dos Cruces en su pueblo, sí, la de la calle la Fuente y la del Llano, y él respeta lo que no es de su querencia, pero hay que dejar claro que es callefuentero en la hermosísima cultura popular del pique de Cruces. Habla de su pueblo como de la más delicada belleza de la comarca, y aunque le reconozco la desbordada pasión en cada piropo que le echa a lo suyo, también reconozco que tiene razón: Almonaster es una belleza desde sus pies a su frente, desde su alto cielo a sus aguas, allí donde cantan fuentes y arroyos. Y coronándolo todo, por encima incluso de la espectacular mezquita, un nombre santo: Santa Eulalia. El otro día, hablándome de las Cruces y de la Romería de la Santa, me dijo algo que me pareció impropio de un chaval de su tiempo: «Cuando acaba Santa Eulalia, no te imaginas la depresión que me entra…»

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