TRIBUNA ABIERTA
Resurrección y fragilidad humana
El sufrimiento, el dolor, los miedos e incluso el ansia ante la muerte laten en el ser humano como testimonio de la vulnerabilidad extrema de su vida
¿Qué descubrimiento podría ser considerado el primer signo de la civilización? Sin lugar a dudas, el fuego, el arado, la olla de barro, la piedra de moler u otros similares podrían ser de las primeras señales de humanidad. Sin embargo, la antropóloga Margaret Mead ... señaló que la primera huella de civilización fue un fémur fracturado y sanado. Para esta científica, la fractura de la pata de un animal implica su muerte; ante la imposibilidad de poder protegerse y alimentarse, se convierte en presa fácil para otros animales. Igual ocurre con las personas si no son cuidadas. Por ello, Mead pone de relieve cómo alguna persona se hizo cargo de proteger al herido, de llevarlo a un lugar seguro, proporcionándole alimentos y todos los cuidados que hubo requerido para su recuperación. Considerar las profundidades de la fragilidad permite encontrar la humanidad auténtica. El sufrimiento, el dolor, los miedos e incluso el ansia ante la muerte laten en el ser humano como testimonio de la vulnerabilidad extrema de su vida, desde que ve la luz de este mundo hasta el día en que «vuelva a la tierra, madre de todos» (Eclo 40,1). Ponerse ante la debilidad humana consiste, por lo tanto, antes de nada, en encontrarse con uno mismo, con el mismo yo atravesado por la herida. De esta manera, se afirma a un sujeto capaz y frágil, un cogito (por tomar el centro de la filosofía de Descartes, que tanto ha marcado la Modernidad) herido, cuya autonomía es la de un ser vulnerable.
La fragilidad supone un escándalo para la razón, por cuanto amenaza la tendencia a unificar que le es propia. Así, la contemplación racional de lo vulnerable trae consigo inmediatamente la invención de mecanismos con los que anular la deficiencia. Entre ellos, se encuentra la negación de los filósofos estoicos que cubre la fragilidad con la máscara de la gloria y de la capacidad humana. Otro mecanismo de negación de la fragilidad es el olvido del origen de los poderes del ego y, en último término de la condición de ser «hijo». La tesis fundamental del cristianismo sobre el ser humano lo vincula al yo e inmediatamente señala su dependencia de la condición de Hijo: «éste no es un hombre sino en cuanto es un yo, no es un yo sino en cuanto es un Hijo, un Hijo de Dios, fuente de la Vida». De ahí la carga provocativa de la observación del filósofo Plotino: ¿por qué los hijos ya no saben que son hijos? Por último, otro mecanismo de enmascaramiento de lo frágil es la promesa escatológica de una superación de la debilidad humana a través de los avances de la ciencia y, sobre todo, de la tecnología: la sustitución de la alteridad del cuerpo (y del otro) por la perfección de unas máquinas que, por fin, traerán la inmortalidad deseada. El movimiento transhumanista aparece entonces como el mecanismo de anulación de la fragilidad por excelencia. El método moderno de la ciencia, colocándose a modo de filtro, había perdido de vista la provocación de la realidad para obrar la metamorfosis del mundo; había abandonado la realidad en aras de la representación que nace de la voluntad de poder. El transhumanismo es solo una prolongación de este abandono de la realidad del ser humano, quizá ante el escándalo de la fragilidad que la traspasa, con una promesa que, considerado su precio, exige la pérdida de la propia identidad, de la libertad y, en último término, el ponerse en manos de un «artesano ciego», que promete algo inmenso para los que en un futuro indeterminado habiten la Tierra.
La Resurrección cristiana se erige en piedra angular del Cristianismo y en el principio de la nueva creación. La transformación de la finitud del Hijo del hombre da acceso a las cosas del cielo y es capaz de iluminar el abajo de este mundo: Dios mismo, mediante la metamorfosis del Hijo del hombre –y la del ser humano en él– transfigura la estructura del mundo. La resurrección cristiana es una alternativa metafísica real a la metamorfosis establecida en voluntad de poder del superhombre (transhumanista). Es Dios quien aproxima a sí al ser humano para transformarlo, una vez que el Hijo ha asumido el dolor y la fragilidad universales y las ha llevado consigo hasta el Padre. La resurrección, glorificación del cuerpo crucificado del Hijo de Dios, concierne al ser humano sufriente y se erige en esperanza para la humanidad.
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