SOL Y SOMBRA

Pimentel y la doctrina Boris

En su etapa como alcalde de Londres, Johnson optaba por darle la competencia sobre el tráfico a su concejal más inepto

EL cargo de alcalde de Londres no se creó hasta 2000 y su segundo ocupante, tras el laborista Ken Livingstone, fue un joven conservador llamado Boris Johnson (2008-16). La orgía de mendacidad que precedió al Brexit y su atrabiliario comportamiento durante la pandemia convirtieron ... a este neoyorquino de nacimiento en un ejemplar perfecto de demagogo, un primer ministro que se refociló en el lodazal del populismo imperante. Antes de eso, sin embargo, fue un gestor capaz cuya eficacia en los años previos a los Juegos Olímpicos de 2012 lo llevaron hasta la cúspide de la familia Tory. Educado en el elitista colegio Eton College y con una licenciatura oxoniense en cultura y lenguas clásicas, hubo un Johnson brillante antes de su degeneración moral e intelectual que, como primer edil londinense, enunció lo que podría considerarse como uno de los mandamientos universales de la gestión municipal: «El concejal más inepto debe ocuparse de los problemas del tráfico. Como son imposibles de resolver, el partido podrá librarse de él en la siguiente legislatura».

Ignoro por completo el concepto que José Luis Sanz tiene de Álvaro Pimentel, al cargo de un área con una ristra de competencias (Cartuja, Parques Innovadores, Economía y Comercio) en la que también se incluye la «Movilidad». Por momentos, podría pensarse que el alcalde se adhiere a la Doctrina Boris para poder prescindir en su lista de 2027 de él, que al fin y al cabo es un rebotado de Ciudadanos sin pedigrí alguno en el PP, más allá de sus lazos fraternales; y a nadie escapa que su hermano Manuel fue siempre un verso suelto en el partido, un fan de la sociedad civil en una formación copada por yonquis del salario público. Entonces, ¿es la ocurrencia del llamado Tranvibús fuego (ene)amigo contra un incómodo compañero de viaje? Chi lo sa.

Para empezar, el nombre del engendro esconde su verdadera naturaleza, que es antañona y algo subdesarrollada porque se trata en realidad de un trolebús como los que todavía pueden verse en La Habana, esos enormes camellos de hierro importados desde detrás del Telón de Acero para paliar la escasez de hidrocarburos. Como no había combustible con el que alimentar a los coches, éstos dejaron de usarse y en el algún sitio había que transportar a la gente, aunque fuera en remolques para ganado. Por distintos motivos, justo en este verano de contención del precio de la gasolina, aquí se posterga también el vehículo particular. Es una decisión política, sí, pero sobre todo es una medida de ingeniería social: el automóvil es el símbolo de la emancipación de las clases medias y nuestros socialistas de todos los partidos odian el libre albedrío. Nos quieren estabulados en sus contenedores de súbditos y la voluntad del renuente será quebrada por reglamentos como el que ha reducido a la mitad los carriles disponibles en la avenida de Kansas City, una arteria ya de por sí saturada, para dejarle sitio al nuevo invento. Que los béticos vayan a la Cartuja andando, o sea. Boris Johnson, en su versión iliberal, estaría orgullosísimo.

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