Ad utrumque

Cayetanos pilsen

El sevillano de pro, ante la duda de la vida eterna y lo esquivo de la reencarnación, opta por reeditarse en la siguiente generación

La vida es eso que rola entre la espumosa marejadilla de las cañas de Cruzcampo, sobre todo en las que tira con diestra precisión el maestro Rafael en Coronado. Algo que pasa sin darnos cuenta y, sin darnos cuenta, se evapora, cual del vaso huye ... la cerveza, precipitada a través de las cascadas esofágicas hacia la oscuridad de los abismos 'diodenales'. Desde allí, acaso resurja transmutada en un ectoplásmico flato. En mero e invisible gas. Pero nada más. Al final, todo queda en eso. En un postrero ronquido, en el ahí queó final. En algo que fue y ya no es. Inevitablemente, las avellanas (pronúnciese arvellanas) se terminan acabando. Empeñarse en rebuscar entre las cáscaras resulta, por eso, inútil. Para cuando te das cuenta, el sitio que tenías ha venido otro a ocuparlo.

Dirá el lector, vaya tela este tío lo fúnebre que nos ha salido; el domingo pasado, el Bar Goma y hoy, esto. ¿Qué va a dejar para noviembre? Tan sombría reflexión viene a cuento del relevo generacional observado en las parroquias de nuestras más célebres tabernas cerveceras, que no sé si usted habrá advertido, incluso sufrido, pero mucha gente sí. Porque se ha tratado de una suerte de apartheid en toda regla; un apartheid edadista, en el que los individuos más veteranos han sido desplazados por ejemplares más jóvenes. Nada nuevo en realidad. La historia de siempre en el reino animal, del que por supuesto forman parte las tabernas cerveceras hispalenses. Así, a los parroquianos de toda la vida, que en su día tomaron el relevo de otros parroquianos que también creían ser de toda la vida, han venido a relegarlos nuevos y más jóvenes parroquianos que, a no mucho tardar, serán considerados igualmente 'de toda la vida'. El procedimiento es por colmatación. La llegada de nuevos ejemplares se produce en masa, perturbando el hábitat de los veteranos, que, derrotados, se baten en retirada. Lo curioso del fenómeno es que ambos grupos, pese a su enfrentamiento generacional, se parecen más de lo que creen. Se diría que el sevillano de pro, ante la duda de la vida eterna y lo esquivo de la reencarnación, opta por reeditarse en la siguiente generación. Estos chavales que ahora colman los viernes Coronado o el Tremendo, e incluso amenazan con echar a los 'alternativos' del Vizcaíno, son herederos directos de los pijos que hace cuarenta años expulsaron de las tabernas del Arenal a los humildes trasegadores de mosto que las frecuentaban. Aquellos del Levis, los Castellanos, el Pulligan de pico y el Loden verde si hacía frío, cometieron entonces el pecado que ahora les hacen pagar los cayetanos del pelo a lo Beatle, Adidas de cien pavos y camisa de manga larga, haga el calor que haga. Cayetanos pilsen de cubanita rosa, náuticos marrones y grupito rumbero para el Rocío. Nada teman pues los rancios hispalenses: tienen el relevo asegurado. Eso sí, los cayetanos pilsen algún día comprobarán cuán presto se desvanece la espuma de la juventud. Y verán venir a quienes les hagan pagar por su pecado.

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