Funeral en la ciudad prodigiosa

Sí, con ese cortejo en coche de caballos camino de Triana, hemos vuelto a salir en los medios como escenario excesivo y folklórico, alimentando al monstruo del tópico. Pero ésa es la apariencia porque, por debajo de esa procesión gloriosa de vida y de muerte, hay algo que sólo puede suceder en los lugares legendarios. En una ciudad donde la vida cotidiana se destila en tratados para el asombro.

Va María Jiménez en su cortejo fúnebre por las calles de Sevilla, en coche de caballos, atravesando el Guadalquivir hasta el corazón de Triana. Flota sobre el puente suspendida en un eterno sueño sonámbulo. Ella ya ha trascendido en icono, en símbolo, en mito; por eso este cortejo tiene la lógica de lo maravilloso.

La artista forma parte de una cierta 'memorabilia' española. Ha entrado en la galería de los mitos populares: palmas, mantón de Manila, cantares, estampas religiosas. Un funeral en el que nos suena aún el eco de su voz rota de madrugadas, la frase desgarrada y senequista, con destellos luminosos de ingenio popular.

Ahora esa imagen del féretro en coche de caballos con gualdrapas y penachos de luto -como en las fotografías antiguas- forma parte de nuestro álbum de cosas prodigiosas. Una estampa en la que reconocemos el mismo aire de los funerales de los personajes de leyenda. Una procesión popular que nos conecta con el pasado, aunque ya sea una de esas escenas sin tiempo. Una instantánea para la inmortalidad.