quemar los días
Sevilla necesita reírse más
El prenda de las prendas de la calle Correduría me reconcilia con esa ciudad imprevisible que perdimos
En mis tiempos mozos, tenía una novia que vivía en la calle Matahacas. Cuando tocaba comprar litronas, bajábamos hasta la esquina con Sol, donde había un puesto de chucherías regentado por un tipo impertérrito de pelo cano y gafas oscuras. Pasó algún tiempo hasta que ... descubrí a aquel mismo tipo subido en un escenario, vestido de superhéroe, con una capa negra y acompañado de dos ancianos con guitarras de juguete. Se hacía llamar Johnny Scarlata, y sus acompañantes eran California y Nevada. Ofrecían un show musical absolutamente gamberro y transgresor; como si Tony Bennett hubiera pasado la tarde en el circo de La Parada de los Monstruos de Tod Browning.
Hubo un tiempo en que muchas cosas de Sevilla eran así. Después de atravesar la enredadera de travestis de Niño Perdido, acababas las madrugadas en el Farándula. Los perros merodeaban entre los clientes de un antro que se caía a cachos; raro era el día en que no había redada. Siempre que llegaba a la Alameda, me detenía en el escaparate del Chispitas. Nunca, ni siquiera contemplando de niño el escaparate de la juguetería Cuevas, llegué a sentir similar fascinación. Más adelante, si te daba por ir al Brujas y pegarte un bailoteo, estaba la emoción por el temblor del suelo; fue un milagro que nunca llegara a derrumbarse.
En estas páginas recogían hace unos días la noticia de la viralización de un vídeo en redes de una clienta despechada con una tienda de ropa vintage localizada en la calle Correduría. El vídeo no tiene desperdicio, pero mucho menos los comentarios en Google del negocio, al que puntúan con un inmisericorde 2.
Como me gusta saber de lo que hablo, el otro día pasé por delante de la tienda. Era justamente lo que reflejaban el vídeo viral y los comentarios: una soberana cutrez de ropa de segunda mano puesta en limpio, con un envoltorio de pretenciosidad cool que invita a la carcajada. El tipo que la regenta no te atiende si no es con cita previa, y si se te ocurre entrar te recrimina por la falta de gusto de tu vestimenta. El propio estilismo del colega parece sacado de un sketch de Muchachada Nui. Un despropósito que ha generado una enorme cólera en redes.
A mí, sin embargo, me parece maravilloso. De repente, es como si toda la Sevilla adormecida y alienada por los gastrobares de diseño, los hoteles de cinco estrellas y las cadenas intercambiables de ropa se tambaleara por una mala pesadilla, que nos recordara que esto no siempre fue así; que hubo un tiempo en que en el centro había sitio para lo diferente, lo imprevisto y lo extravagante. El prenda de las prendas me reconcilia con esa ciudad imprevisible de la que disfrutamos hasta que el turismo y el ladrillo la mataron de aburrimiento. También refuerza una convicción personal: Sevilla necesita reírse más.
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