Quemar los días
La invasión de los cachocarnes
Están por todos lados. Cuídese de ellos, aunque más de uno acabará de alcalde
Están por todos lados. Y adquieren formas diversas. Aunque sienten cierta predilección por los tatuajes. Les gustan mucho por el cuello, aunque también en las pantorrillas; los meses de verano son propicios para su aireamiento. Si son del Betis o del Sevilla, suelen tatuarse los ... escudos, a veces con aderezo de detalles, como una Giralda, Santa Justa y Santa Rufina o incluso una Macarena o un Gran Poder. Si no son del palo futbolero, es posible que opten por indios, lobos aulladores o macizas de videojuego. También tienen querencia por los anillos, por supuesto gruesos, y pulseras de oro o de plata, los más atrevidos aderezan su outfit con cadenas de cordón gordo al cuello como varales de paso de palio. Que no falte tampoco un buen peluco dorado. Y sin distinción, todos están abonados a los peladitos de barbers sableadores, a cuál más elegante.
Les gustan los BMW, los Mercedes, coches del taco. Pero lo que más les gusta es acelerar mucho cuando arrancan o atisban espectadores. Alguien les ha convencido que el colmo de la moda son los bolsos de mano (también mariconeras, con perdón), y cuanto más grande luzca el logo de la marca, mejor.
Llegan en sus BMW, en sus Mercedes deportivos, con su atronadora música reguetonera, siempre pisando fuerte. Si hay cola en el súper, no tienen problemas en colarse, si en la barra del bar hay ajetreo, no dudan en gritar para reclamar la atención. No intenten comprender su idioma, aunque el origen provenga del mismo castellano que utiliza usted. Más bien es un dialecto aderezado de rebuznos, con el que se comunican, aunque sobre todo se comunican gestualmente, a la manera de cabestros embistiendo, con una dialéctica testicular.
En la playa, son los reyes de los Beach Clubs, donde exhiben sus cachocarnes cinceladas durante jornadas extenuantes de gimnasio y batidos de proteínas. Algunas canciones de reguetón los emocionan, y con la ayuda generosa de la farlopa, se sueñan a sí mismos surcando el cielo con sus BMWs con los tubos de escape trucados, a su lado rubias de labios recauchutados y tetas neumáticas susurrándoles al oído «te quiero, papi».
Son los cachocarnes. Enemigos del diálogo y la palabra, nuevos hombres de acción, seres territoriales que confunden orgullo de clase con delincuencia y que pueden buscarte la ruina con tan solo un gesto: que mires a sus novias, que les recrimines por no haber parado en el paso de cebra, que te cruces con ellos cuando van demasiado borrachos. Personas que, como usted y como yo, ejercen cada cuatro años su derecho al voto, cuya opinión, o eso que lleven en la cabeza, vale igual que la suya, y con los que está obligado por narices a convivir. Cuídese de ellos, porque cada vez son más numerosos. Y acostúmbrese: más de uno acabará de alcalde.
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