La Tercera
La vivienda en la España despoblada
La emergencia de la vivienda rural de calidad debe ser un factor de dinamización del empleo
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La vivienda es la palanca quebrada de la repoblación de la España despoblada. Dos tercios de la superficie de nuestro país adolecen (se duelen, en realidad) de una baja densidad de población y algunas de sus comarcas afrontan un riesgo severo de despoblación. La despoblación no la causa un solo factor ... , sino una multiplicidad de ellos que no se suman, se componen. La despoblación tampoco viene sola, sino que arrastra condiciones que, a su vez, refuerzan su círculo vicioso.
Estos factores, grosso modo, se agrupan en media docena de categorías como el empleo, los servicios esenciales, la movilidad, la conectividad, las normativas escasas (fiscalidad diferenciada) o excesivas (regulaciones) y la vivienda. No obstante, constatamos que aquí o allá, tímidamente siquiera, surgen oportunidades de empleo, o mejoras en la conectividad, o flexibilidad regulatoria y fiscal, o, incluso, servicios esenciales más accesibles… pero lo que no hay es vivienda.
La evidencia anecdótica y los estudios de campo que se están realizando en provincias despobladas como Cuenca, Soria y Teruel (todas ellas con menos de 12,5 h/km2) o comarcas igualmente despobladas de Guadalajara y otras zonas rurales, muestran de manera rotunda y pertinaz que no hay vivienda.
Queremos decir, vivienda digna de (o disponible para) ser habitada. Lo que hay va de la ruina a la vivienda vacía (pero al día de habitabilidad), pasando por viviendas desvencijadas que ya eran malas cuando sus moradores emigraron a los extrarradios de las grandes capitales y cabeceras regionales o provinciales hace muchas décadas.
Y todas estas viviendas, desde la que se desplomó en los años ochenta del siglo pasado hasta la que se construyó hace un año sin vocación alguna de salir al mercado aunque permanezca vacía, son muchas. Demasiadas. Casi tantas como las que están habitadas. Para mayor adorno, las más antiguas, tienen una problemática asociada que tira para atrás a la hora de que alguien intente adquirirlas y rehabilitarlas.
Muchas viviendas, ruinas o solares, pertenecen a multitud de propietarios que raramente se llevan todos bien, o están todos en paradero conocido. Si esto no es un problema, muchas de estas propiedades están plagadas de irregularidades catastrales o registrales. Y, en conclusión, imponen un elevado coste de transacción a quienes osen pujar por ellas en un mercado estrecho y nada profundo en el que cotizar una propiedad es un juego de despiste interminable.
Seguro que el lector ha oído hablar de la 'gentrificación'. Es un fenómeno que se constata en los cascos históricos de numerosas ciudades medianas o grandes en todo el mundo y que consiste en que grupos sociales 'ennoblecidos' (la antigua 'gentry') pujan por viviendas a renovar en barrios con carácter que se van poniendo de moda. Pujan con tal fuerza, que acaban expulsando a los residentes de toda la vida, muchos de ellos personas vulnerables que pagaban rentas bajas, si son inquilinos, o, famélicos de ingresos, encuentran que pueden vender sus viviendas a buen precio, si son propietarios.
Pues bien, en la España Despoblada estamos asistiendo desde hace años ya a un increíble proceso de «gentrificación de las aldeas» que equivale a una verdadera expulsión del paraíso. Allí donde surgen empleos (permanentes o temporales) los trabajadores no pueden permitirse pagar por la escasa vivienda que hay y deben desplazarse a las afueras de las capitales provinciales para encontrar lugares en los que vivir con sus familias. No es un problema masivo, pero se da, como revelan los estudios de campo (entre otros, los realizados por Paz Martín, Rosario Alcantarilla y Pablo Alonso), y no indica nada bueno.
¿Qué hacer? ¿Cómo actuar, si se es un pequeño municipio sin músculo financiero para intervenir, o con un casco viejo (más que antiguo) degradado que ha traspasado la línea del no retorno a la urbanidad? ¿Cómo poner en marcha planes de intervención que reclamen a los propietarios hacerse cargo de las ruinas cuando estos no tienen recursos o se ofenden ante los requerimientos sin dejar de hacértelo ver a la hora del café, si eres su alcalde?
Esta problemática, afortunadamente, ya está calando en todas las instancias del ramo en municipios, diputaciones provinciales y gobiernos autonómicos y central. Pero todavía están por desarrollarse instrumentos y entidades de planeamiento, gestión e intervención directa sobre el terreno que podrían ayudar a resolver los problemas que aquejan a la vivienda rural en nuestro país.
Se impone la planificación integral de desarrollos en municipios muy diferentes entre sí, aunque compartan los mismos problemas. La creación de instancias supra municipales que concentren recursos de todo tipo, desde financieros hasta de gestión. La experimentación en los casos más llamativos, con el afán de aprender y extender las buenas prácticas. La simplificación de los procedimientos y expedientes de expropiación y/o regularización de solares, ruinas y viviendas para que cumplan sus funciones. El uso de incentivos, más que de amenazas, mientras se pueda.
La vivienda rural debe aflorar en alquiler, más que para la venta. Con colaboración público-privada y con tecnología. Incluidas las plataformas que agilicen la información, la depuren y ayuden a oferentes y demandantes a cruzar sus posiciones sin la opacidad habitual. La emergencia de la vivienda rural de calidad debe ser un factor de dinamización del empleo, la investigación de materiales y técnicas constructivas, de formación y establecimiento de cabeceras de referencia en el territorio. Para que, cuando los demás factores que hoy, en el siglo XXI, pueden ayudar a la repoblación aparezcan, la vivienda acompañe, digna, habitable, dando paso a un hogar. Que la vivienda deje de ser la palanca quebr ada de la repoblación.