LA TERCERA
El hombre (in)visible
«Poco cuesta imaginar que Pynchon –a quien ahora lo ves o ahora no lo ves, pero siempre puedes leerlo y releerlo– escribe mientras nosotros dormimos»
La Tercera de ABC
Rodrigo Fresán
«Llega un grito a través del cielo. Ya ha ocurrido otras veces, pero ahora no hay nada con qué compararlo» es uno de los comienzos más famosos y atronadores y citados de la literatura norteamericana. Y sale de allí para que entremos a esa ... otra Gran Novela Americana que es 'El arco iris de gravedad' (1974), opus 3 del incomparable Thomas Ruggles Pynchon, Jr. (Glen Cove, NY, 1937), cuya figura y vida es el susurro que acompaña al fragor sinfónico y aullador de su obra y temas. Ya se sabe: la conspiración paranoica, la entropía deconstructiva, los nombres absurdos y las cancioncitas tontas, los desplazamientos panorámicos de la intimidad de planos cortos y la desaparición por el placer y privilegio de saberse omnipresente desde la ausencia.
«Yo creo que recluso es esa palabra en clave generada por periodistas y que en verdad no significa otra cosa que no le gusta hablar con periodistas», explicó alguna vez con claridad Pynchon aquello que nunca explicó J. D. Salinger. Sí: desde el principio de su carrera Pynchon –invisible pero 'in' y 'hip' y 'cool'– optó por no mostrarse en la realidad para demostrarse en la ficción. Así, contadísimas fotos suyas (alguna de juventud, alguna de su presente ancianidad capturada por paparazzi), trazos biográficos deshilvanados (múltiples rumores que lo certifican como joven alumno de Nabokov en Cornell o postularlo como el esquivo y ludita Unabomber); desapariciones originales (envió a un comediante a que se hiciera pasar por él y agradeciera el National Book Award con monólogo demencial); apariciones sorpresivas e inesperadas (su voz y su cabeza cubierta por bolsa de papel en un par de episodios de 'Los Simpson'); y su influencia incontestable y orgullosamente admitida en las páginas de –por nombrar sólo a connacionales– David F. Wallace y William T. Vollmann y William y Neal Stephenson y Tom Robbins y T. C. Boyle y Jonathan Lethem y Larry David/Jerry Seinfeld y, de manera un tanto bastante infradotada, Dan Brown.
Y, por estos días, Pynchon más protagónico y aquí y allá que en mucho tiempo. Por un lado, el estreno en cines de la magnífica y frenética 'Una batalla tras otra' del cada vez más inmenso Paul Thomas Anderson (lo más parecido que tenemos en actividad a Stanley Kubrick, y quien ya se había dedicado a Pynchon en su adaptación de 'Puro vicio', novela de 2009) ejecutando/desarreglando variación a partir del aria de 'Vineland' (1990). Por otro, en poco más de una semana se editará en USA (Tusquets lo hará recién en el otoño del 26) su flamante 'Shadow Ticket', a la que se ha anticipado como suerte de 'vaudeville noir' en tiempos de las 'big bands' y detective privado a la caza de heredera desaparecida con participación de nazis y agentes soviéticos y practicantes de lo paranormal retomando el ritmo desenfrenado de la monumental 'Contraluz' (2006) donde se nos advertía de que «el tiempo nunca estará malgastado si recuerdas traerte algo para leer». Y, ah, siempre cabe la posibilidad de que un jueves del próximo octubre reciba llamada telefónica desde Estocolmo que lo obligue a dar la cara o a volver a escurrir el bulto en el nombre del Nobel.
Una cosa sí es segura: con su llegada a pantallas y regreso a librerías volverán a ventilarse las mismas cuestiones de siempre: ¿Es Pynchon un sabio y genio indiscutible conocedor de la verdad secreta de nuestro mundo o, apenas, un formidable idiot savant enciclopédico? ¿Se ríe con o de sus seguidores y detractores? Y acaso lo más importante de todo: ¿Es fácil o imposible de leer? En lo que hace a esto último, la respuesta es categóricamente incierta y depende de humor y de amor (y se sabe que Truman Capote lo despreció por «ilegible»). De ahí que se aconseje su entrada por la muy concentrada (pero con comprensión de Big Bang en lo que hace a sus comprensiones y obsesiones) 'La subasta del lote 49' (1966) o por el thriller-urbano-social casi-pero no a la Tom Wolfe que es 'Al límite' (donde, mientras el World Trade Center se viene abajo y estalla la burbuja dot.com, se nos señala que «la paranoia es como el ajo en la cocina: siempre puedes añadirle un poco más») o mojarse los pies en la orilla del muy revelador prólogo a sus relatos de juventud reunidos en 'Lento aprendizaje' (1984). Y dejar para un poco más adelante monolitos como la debutante/fundante 'V.' (1963), las ya mencionadas 'El arco iris de gravedad' y 'Contraluz', o la que probablemente sea lo mejor de todo lo inmejorable suyo: la novela histórica-histérica 'Mason & Dixon' (1997) donde se funde, posmodernísticamente, la sensibilidad 'bromance/buddy road-novel' con lingua híbrida del siglo XVIII y metapicaresca laurencesterniana.
¿Y cuál es la forma de Thomas Pynchon y de un libro de Thomas Pynchon? Difícil de responder en pocas frases. En algún momento se lo relacionó con los autores de la llamada «Super Fiction» –William Gaddis, John Barth, Donald Barthelme, Robert Coover, John Gardner, William H. Gass, Joseph McElroy– quienes en los '60 y corriendo paralelos al delirio acuariano se propusieron romper con formas domésticas de la ficción simbolizadas en el relato marca 'The New Yorker' o la literatura judeonorteamericana de Saul Bellow & Bernard Malamud & Philip Roth & Co. Pero Pynchon ha probado estar más allá de modas e ismos y se ha solidificado en una estética y un credo que empieza y termina en él. El método –la forma en que hace comulgar a lo lírico con lo científico, a la epifanía con la ecuación, a la mística más etérea con el racionalismo más duro– está ahí, en los libros. Y el recurso de nunca haber ofrecido una entrevista lo coloca en la envidiable situación de que sean los otros quien lo definan y, por supuesto, lo celebren o –en obsesivos sites y redes– lo anoten y decodifiquen hasta el exceso. Pensar entonces en Pynchon como en el eslabón de una cadena que arranca con la oceánica cosmogonía de Melville, sigue con el Hollywood apocalíptico de Nathanael West, estalla con las adicciones corporativas de William Gaddis y el virus lingüístico de Burroughs, viaja al futuro con la ciencia-ficción freak de 'Dick & Vonnegut', y regresa a la Tierra con las conspiraciones Don DeLillo y los vagabundeos del también muy poco dado a la vida pública Charles Portis y los egipcios y espías de Norman Mailer para irradiar a Bolaño, Faverón, Guebel, Ibáñez, Murakami, Piglia, Rushdie y Vila-Matas con Zevon y Radiohead como música de fondo. Sus tramas y tramoyas –involucrando siempre la desintegración parcial o total, lenta o veloz de un país llamado EE.UU.– es, apenas, el punto de partida y la excusa para ver a dónde se llega. Y así arriba a la exploración aventurera y casi anfetamínica del sueño americano ni de la pesadilla americana por más que surja de la neurosis del Blitz y alcance la esquizofrenia de Internet. Digamos, mejor, que Pynchon escribe sobre esa zona liminar y tierra de nadie y de todos: el insomnio americano. Poco cuesta imaginar que Pynchon –a quien ahora lo ves o ahora no lo ves, pero siempre puedes leerlo y releerlo– escribe mientras nosotros dormimos. Y que le divierte mucho imaginar el agradecido sobresalto que experimentaremos cuando volvamos a oír y escuchar y prestar atención a ese grito que aquí y ahora llega de nuevo a todas partes desde su ningún lugar y no se parece a nada y nadie que no sea Pynchon.
es critico literario
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