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Perdigones de plata

Democracia tullida

O quebramos el atropello bolañiano o esto se acaba

Vuelve el chándal

La incertidumbre

Ramón Palomar

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Don Cándido proyecta mirada de ojillos entrecerrados como la de ese mandarín que es el jefe de los malos que desean exterminar a Bruce Lee en aquellas películas setentonas. Me causan cierto miedo esas pupilas porque proyectan algo tenebroso. Uno es miedica, qué le ... vamos a hacer. Gracias a don Cándido, a los de su cuerda y a su jefe Sánchez, en vez de fumigar al genio del kung-fu le han arreado una patada voladora a nuestra democracia hasta dejarla cojitranca. Ese primer torpedo ha herido de muerte al Estado de derecho. Pero falta la traca final, la apoteosis, el apocalipsis, la deflagración definitiva, la bomba 'penetrator' que reduciría nuestro tinglado hasta peligrosos extremos bananeros, tercermundistas, repugnantes. Me refiero a la ley que Bolaños pretende enchufarnos sin ruborizase para cargarse la independencia de los jueces. Si esto prospera tendremos una democracia tullida.

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