Perdigones de plata

Bigotillos dalinianos

Esas viandas pintadas sobre el cristal las dibujó un viejo amigo

El voto punk

El autogiro

Me encanta la playa populosa que recoge los restos de mi erosionada osamenta por estas fechas porque al calzar unas Converse y lucir un sobrio polo aseadito, junto con los pantalones cortos negros y anchos, te metamorfoseas en el más elegante de la zona. ... Es la única vez en todo el año que segrego cierto donaire. También es verdad que lo tengo fácil. Entre el tsunami de chanclas que chacolotean emitiendo ese sonido gomoso de grasa fresca y las camisetas de tirantes que delatan barrigas de síncopa esférica, basta escapar de ese uniforme para parecer, siquiera un instante, un Beau Brummel mediterráneo.

Por las mañanas, camino un par de quilómetros a la ida y lo mismo a la vuelta buscando mi ración de papel (ABC y Las Provincias). Y así, elegantón, con mis Ray-Ban modelo Balorama (sí, soy vieja escuela), voy ligero de pies mientras me fijo en los comercios. Y ayer mismo temprano derramé otra de esas lágrimas de pura emoción, de genuina nostalgia. El restaurante no era precisamente de diseño. Pero en sus puertas acristaladas observé esas pinturas que actúan como una invitación para pedir unos platos que van numerados. El número uno era una paella. El dos, unos huevos fritos con patatas. Y el tres… ay, qué vuelco asaetó mi pobre corazón loco, no eran sino unas gambas gloriosas, con sus bigotillos entre eléctricos y dalinianos, con sus ojos negros de abismo profundo, con sus temblorosas patitas como de flamenca jibarizada. Las gambas me ofrecieron la pista. Esas viandas pintadas sobre el cristal las dibujó un viejo amigo. Las gambas pizpiretas representaban la marca de su estilo. Se pagó la carrera de Bellas Artes pintando gambas y otras delicias mientras recorría nuestras costas desde la Calella de Pla hasta la Tarifa de los surferos. Se esmeraba con las gambas, y uno las reconocería en cualquier bareto cutrón. Le llamé de inmediato. Y sí, esa obra era suya, lo recordaba porque el dueño le quiso regatear el precio acordado. Hoy es un cotizado pintor, pero también lloró al recordar su feliz época de gamba.

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