PERDIGONES DE PLATA
Bajo el cielo
La legión de los sin techo avanza porque retrocede el cacareado bienestar
Enemigos íntimos
Maldita oscuridad
Un sin techo apoyado contra un esquina que no es sino su raquítica parcela de asfalto logra el efecto de la invisibilidad. No le miramos a los ojos. Es un bulto, un accidente, un absceso. Y si le vemos, consideramos que forma parte del paisaje, ... del mobiliario urbano, y aceleramos el paso porque nos recorre cierta sensación de incomodidad pinzando el espinazo. Un solitario sin techo representa una suerte de peaje habitual, rutinario, y fingimos que no existe. Se trata de una presencia fantasmagórica. Aparece y desparece.
Pero cuando se juntan cincuenta, cien o quinientos sin techo, con sus bártulos, sus hatillos de buhoneros, sus carritos de óxido y huesos, sus cartones fláccidos, su morapio o sus otros paraísos artificiales de saldo, sus pelambreras apelmazadas, su mugre, su aspecto asilvestrado, su dentadura mellada, entonces ya molestan porque al contemplar sus campamentos a cielo abierto de pura marginalidad esa estampa nos recuerda nuestro fracaso como sociedad. ¿Y qué hacemos con esa corte de los milagros que rompe nuestra armonía de gente delicada, afeitada, aseada? No son insectos, ni alimañas, ni roedores. Son personas, y cada sin techo arrastra una historia que a lo mejor produce escalofríos porque esa caída al abismo callejero obedece a varias razones que desconocemos. Por mucho que cavile no se me ocurre nada para aliviar sus penas, para amortiguar la hostilidad que les rodea, para suavizar sus destinos tan de callejón de las almas perdidas. Sólo sé que son personas, como usted y como yo, y sólo nos diferencia la frecuencia de la jabonosa ducha y la ropa decente. El mayor miedo de un amigo mío, triunfador absoluto, es acabar en la calle. Pese a su estabilidad laboral y a su holgada economía, sufre pesadillas al respecto. A los sin techo los queremos bien lejos de nuestras moradas, y nos causan miedo porque, en el fondo, intuímos que puedes acabar ahí tras un terrible traspiés. La legión de los sin techo avanza porque retrocede el cacareado bienestar. Descarrilaron, sí, pero son personas.
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