Perdigones de plata
Maldita curiosidad
Se suele apuntar que la curiosidad es unos de los motores que nos mantienen alerta, vivarachos. Estas mismas fuentes aseguran que, por muy avanzada que sea tu edad, si mantienes la curiosidad esta actúa como un escudo que te preserva del tedio que te conduce ... a la tumba. Puede que no les falte razón, pero a mí, en ocasiones, me causa enormes disgustos y, en esos casos, hubiese preferido continuar en la ignorancia o en mis propias conclusiones fruto de las merluzadas que imagino.
Cometí el error de preguntar para satisfacer mi curiosidad. La respuesta no fue la esperada y esto me sumió en un estado de tristeza rotunda. Hablé con el encargado de un librería: «Oye, digo yo que los infectos libros de autoayuda ya no se venden, ¿verdad?». Me miró como si estuviese perturbado. Esperaba que su respuesta basculase entre un «no, no se venden, tuvieron su momento cuando la gran crisis del 2008 porque la gente andaba despistada y buscaba consuelo», y un «por suerte ya no, pasó de moda y el personal se ha alejado de las paparruchas porque ha recuperado el sentido común, menos mal…». De verdad que esperaba una de esas contestaciones. Pero la realidad es un hachazo funesto que te decapita la alegría. «Se venden mogollón, más que nunca. Vendemos toneladas de autoayuda, y encima ahora es peor porque muchos de esos libros los firman los 'influencers'», dijo. Si se me antoja despreciable que algunos psicólogos espabilados, del sector sacamentas, comercien a costa de los débiles con sus estupideces, me asusta que los aprovechados 'influencers' saquen provecho de este horror. Un país con una notable cuota de habitantes enganchados a las chorradas de guardería, a los elementales consejos de saldo que ruborizan a cualquier persona medianamente formada, no puede progresar en libertad. Sospecho, además, pero esto es una intuición macarra, que esos devoradores compulsivos de autoayuda militan en el bando sanchista. De lo contrario no me lo explico. De todas formas, la culpa fue mía por preguntarle al librero. Maldita curiosidad.
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