tiempo recobrado
Aquel viaje a Lisboa
En aquella primavera de 1975, Lisboa era el rostro de la libertad y Madrid era una ciudad dominada el miedo y la incertidumbre
El misterio de la fe
El lado correcto de la historia
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Iniciar sesiónHa muerto Andrés Gallego, misionero nacido en Lorca que predicó el Evangelio durante cinco décadas en Perú. Fue párroco de un barrio de Lima, profesor de teología y director del Instituto de Pastoral Andina. Volcado en el amor al prójimo, austero y comprometido, nos dejó ... para siempre el pasado lunes. No he conocido a otra persona más coherente con sus ideas que este sacerdote, cuyo legado seguirá vivo entre quienes le conocieron.
Mis recuerdos se han avivado gracias a una foto, tomada en abril de 1975. Hay cuatro amigos que posan tras un Seat 600 amarillo en una carretera, probablemente en Badajoz. Uno de ellos es Andrés Gallego. Otro es Enrique Ferrando, un misionero que tuvo que huir de Mozambique tras ser amenazado de muerte por los sicarios de la dictadura de Marcelo Caetano. El tercero es Javier Sáenz Munilla, estudiante de Periodismo que luego sería corresponsal de TVE en Colombia y Perú. Y el cuarto soy yo, que entonces tenía 19 años.
Los cuatro salimos de Madrid por la tarde con destino a Lisboa. Íbamos a unirnos a un grupo de compañeros para conocer en directo la Revolución de los Claveles que cumplía su primer aniversario. Llegamos a medianoche a la frontera, pero tuvimos que esperar al amanecer para poder cruzarla. Estaba cerrada. Los militares rebeldes habían parado un contragolpe del general Spinola, habían nacionalizado la banca y las calles de Lisboa se hallaban en plena efervescencia.
El contraste entre lo que vimos en Lisboa y los últimos estertores del franquismo era brutal. Fuimos a un mitin de Mario Soares en vísperas de las primeras elecciones democráticas, nos recibió el ministro de Información, visitamos un periódico, escuchamos fados en un local de Alfama y recorrimos unas calles atestadas de gente y de propaganda política. Pernoctábamos en un vetusto hotel céntrico en el que los camareros nos servían con un aire nostálgico y aristocrático.
En aquella primavera de 1975, el fantasma de la revolución portuguesa flotaba sobre el régimen de Franco. Carrero Blanco había sido asesinado por ETA, había pintadas clandestinas en los muros, un grupo de militares demócratas había fundado la UMD y la contestación social crecía en medio de una crisis económica provocada por el alza del petróleo. La respuesta del franquismo fue incrementar la represión. Recuerdo a guerrilleros de Cristo Rey con porras y cadenas desafiando a los transeúntes.
Lisboa era el rostro de la libertad y Madrid era una ciudad dominada el miedo y la incertidumbre. Los cuatro que fuimos a Lisboa en aquel viejo 600 soñábamos con que España sería algún día un país democrático. Queríamos elecciones, una prensa libre y sindicatos para defender a los trabajadores. Lo que no podíamos imaginar es que la democracia fuera esto, lo que vimos anteayer en el Senado.
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