TIEMPO RECOBRADO
El misterio de la fe
Hay en la sociedad una resurrección del debate sobre Dios, que es tanto como decir sobre el sentido de la vida y sobre qué somos y por qué estamos aquí
El lado correcto de la historia
Nada es seguro
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Iniciar sesiónEl 23 de noviembre de 1654 Blaise Pascal sintió la presencia de Dios en su habitación. Lo sabemos porque, tras su muerte, se encontraron unas notas, cosidas dentro del forro de su abrigo. Apuntó: «Certeza. Gozo. Paz: Dios de Jesucristo». Estas palabras me vinieron ... a la cabeza al salir del cine tras ver 'Los domingos', la película de Alauda Ruiz de Azúa, que narra la historia de una joven de 17 años que decide ser monja de clausura. Su familia intenta disuadirla, pero ella persiste.
Hay dos visiones que se confrontan en este extraordinario filme, lleno de matices y que entronca con el debate sobre la existencia de Dios. La primera es la de quienes creen que la joven ha sido abducida y que es víctima de un espejismo, producto de su inmadurez y de la muerte de su madre. La segunda es la de la propia protagonista, que, como la fe es un don gratuito, está convencida de haber escuchado la llamada de Dios y toma los hábitos contra viento y marea.
Estoy leyendo estos días el libro de Byung-Chul Han sobre Simone Weil, una mujer que concilió la lucha contra la injusticia con una visión mística de la existencia. El filósofo coreano escribe. «No es Dios quien ha muerto, sino el ser humano al que Dios se revelaba». Retomando la concepción de Weil, Han apunta que la sociedad contemporánea, distraída por el espectáculo, padece una falta de atención que le impide escuchar la voz del Señor.
«Quien no es capaz de mantener una actitud contemplativa, de mirar, no puede acceder a la verdad, al verdadero y duradero orden de las cosas», escribe. De sus palabras, se desprende que el filósofo sustenta que hay una verdad y un orden inmutables, a los que se puede llegar mediante un proceso de ascesis o, dicho con otras palabras, por la oración. Vemos en la película de Alauda a la joven que llora cuando escucha la llamada de Dios en una iglesia.
Como yo sentí lo mismo cuando era adolescente, entiendo esa emoción. Salí conmovido del cine. Mientras mi mujer y mis amigos se centraban en el perfil psicológico de la joven, su vulnerabilidad y la fascinación por los ritos, yo pensaba en la frontera infranqueable que separa a los que creen de los que no creen.
Me resisto a calificar la fe de una ilusión y la religión como un refugio que nos aporta seguridad. Por el contrario, sostengo que es una apuesta en el sentido pascaliano, una opción personal o, si se quiere, un don gratuito de Dios. Yo me considero agnóstico porque, como nadie ha vuelto de la muerte, no es posible saber lo que hay más allá. Tan racional es creer como no creer. Sí constato que hay en la sociedad una resurrección del debate sobre Dios, que es tanto como decir sobre el sentido de la vida y sobre qué somos y por qué estamos aquí. Sólo puedo dejar constancia de que no he encontrado respuestas a esas preguntas.
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