Tiempo recobrado

Sánchez o la repetición

Todos los presidentes del Gobierno, empezando por Suárez, han sufrido críticas implacables, insultos y descalificaciones

Ennio (3/7/2023)

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Fue Kierkegaard, el filósofo de la angustia y de la duda existencial, quien acuñó el término de «repetición» como búsqueda de una autenticidad que nace de una conciliación entre lo ideal y lo real. Partiendo del concepto de reminiscencia que subyace en Platón, el ... pensador danés sostiene que el hombre tiene que ahondar en sí mismo para hallar el sentido de la vida, que no reside en el exterior sino en el yo personal.

La conclusión de Kierkegaard es que la trascendencia hacia un valor moral superior sólo se puede lograr mediante esa repetición, que en el fondo supone una reafirmación de una dolorosa e intransferible individualidad. Renunciar a la repetición supone un salto en el vacío, como el que dio el filósofo al abandonar a su prometida Regine Olsen.

Ignoro si Pedro Sánchez ha leído a Kierkegaard, pero no hay duda de que es un fiel practicante de su filosofía, por lo menos, en lo tocante a esta idea de repetición, clave de bóveda de su pensamiento. El líder socialista se repite y no sólo porque siempre dice lo mismo de una forma machacona y de medio en medio. Se repite en el sentido kierkegaardiano porque ha interiorizado esa primacía del yo como referencia absoluta de su forma de estar en el mundo.

No hay referencias al programa ni explica cuál es su proyecto de futuro ni tampoco habla de sus alianzas ni de iniciativas legislativas. Se refiere siempre a sí mismo: no he mentido, soy una persona limpia, me están linchando los periodistas hostiles, me difaman en mi vida íntima, me presentan como un monstruo y un malvado.

Escribió Kierkegaard que «el grado de pudor de una persona mide su valor espiritual». Sánchez carece de pudor a la hora de exhibir sus heridas y se presenta como víctima de un entorno implacable que le quiere destruir. Una forma poco sutil de deslegitimar a la oposición y acusarla de actuar por afán de poder.

Todos los presidentes del Gobierno, empezando por Suárez, han sufrido críticas implacables, insultos y descalificaciones. Pero Sánchez es el único que se ha atrevido a poner su calvario en el eje de una campaña para revalidar su mandato. Zapatero optó por no presentarse a la reelección y no dijo ni mu. Rajoy se fue en silencio tras perder la moción de censura. El inquilino de La Moncloa asocia ahora su futuro a un plebiscito entre él y Feijóo, como si su derrota fuera una catástrofe para el país.

La grandeza de un político es saber marcharse a tiempo y hacerlo con elegancia. Esto es lo que ha hecho Fernández Vara y lo que no ha hecho María Guardiola. Veremos si Sánchez es capaz de encajar un hipotético castigo electoral. Pero este empeño en la repetición de sus frustraciones no augura un buen perder. El próximo día 23 no se dirime el final del sanchismo sino quién va a gobernar el país. El presidente no es una víctima.

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