tiempo recobrado
El plebiscito permanente
El carácter plebiscitario de la política es perverso porque prima las emociones sobre la racionalidad, las personas sobre las ideas
La amarga verdad de Miriam Nogueras
La coartada heroica
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Iniciar sesiónLas últimas encuestas publicadas ayer arrojaban una ventaja entre tres y cinco puntos a favor del PP, aunque con una coincidencia generalizada de que la diferencia se está recortando. Veremos lo que sucede el domingo.
Sean cuales sean los resultados, lo que se vislumbra ... es el carácter plebiscitario de la campaña, planteada en clave nacional y como un refrendo de los liderazgos de los partidos. No cabe sorprenderse porque desde los tiempos de Felipe González todas las elecciones se han ajustado a la pauta de que el votante elige entre un líder u otro. Nadie se toma la molestia en leer los programas, vacíos de contenido y llenos de vacuidades.
La democracia parlamentaria, consagrada en la Constitución de 1978, ha mutado en un presidencialismo cada vez más evidente. Es obvio que no existe ya una separación de poderes entre el Ejecutivo y el Legislativo, convertido en las últimas legislaturas en correa de transmisión del inquilino de turno de La Moncloa. Sánchez es el perfecto ejemplo de esta tendencia, aunque hoy se halla en graves apuros para sacar adelante sus leyes.
El sistema electoral, el culto a la personalidad, el hiperliderazgo en los partidos, la promoción de la mediocridad y la falta de debate interno agudizan ese presidencialismo que corroe los fundamentos de la democracia. No hay más que asistir a un debate en el Congreso para tomar conciencia de la degradación de la institución.
Esta deriva fomenta ese carácter plebiscitario de las elecciones europeas, cuyos resultados serán interpretados en clave interna y que, por ello, fortalecerán a Sánchez o a Feijóo. Ambos líderes se han preocupado más en insistir en el desastre que supondría el triunfo de su adversario que en sus propuestas para Europa, que no le interesan a nadie.
En una democracia parlamentaria, no existen los plebiscitos, propios de los regímenes presidencialistas como Estados Unidos. Nuestro sistema político fue concebido para que el Parlamento fuera el eje de la vida política y el foro de búsqueda de mayorías para legislar. Dicho con otras palabras, los líderes estaban al servicio de los partidos y no los partidos al servicio de los líderes.
El carácter plebiscitario de la política es perverso porque prima las emociones sobre la racionalidad, las personas sobre las ideas, la polarización sobre el debate plural. Es un cáncer que va corroyendo las instituciones, patrimonializadas por el que manda. Los contrapesos desaparecen y el poder funciona desde arriba hacia abajo.
Esta mutación se ha ido agudizando hasta parecernos algo inevitable y natural. Pero no lo es. Los riesgos de convertir la política en un plebiscito son muchos, pero hay uno muy peligroso: el surgimiento de líderes populistas y autoritarios que estén tentados a confundir la democracia con su persona.
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