tiempo recobrado
Por qué hay que leer a Sartre
Sostenía que el mundo lo hacen los seres humanos, que siempre pueden sobreponerse a los condicionantes materiales de la existencia
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Cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de él. Releyendo los artículos de Jean-Paul Sartre en 'Les Temps Modernes', me topo con esta frase que encierra en pocas palabras la esencia de su filosofía. Somos producto de la historia y ... no hay nada de lo que hacemos que no remita al pasado.
Sartre, que había estudiado a Husserl en Alemania, forjó un concepto fundamental en el existencialismo: el de que toda conciencia es intencional, apunta a algo. Lo que esto significa es que la conciencia está arrojada al mundo, que lo que pensamos sólo es concebible dentro de nuestra relación con los otros.
La filosofía para Sartre es la posibilidad de comprender el aquí y ahora, es expresión de «una totalidad» que se manifiesta en un determinado momento histórico. No existen verdades eternas y permanentes, pero el pensamiento puede desvelar lo real y sus contradicciones. Una tesis que le acerca a Hegel en la medida que el intelectual francés defiende que la historia es inteligible, que tiene un sentido racional. Una fe que impregna todos sus escritos y su compromiso político.
La paradoja del pensamiento de Sartre es que, a continuación, sostiene que estamos condenados a la libertad y a reinventarnos en un futuro abierto. Somos el resultado de procesos que nos explican, pero poseemos la libertad de decidir lo que queremos ser. A esto lo llama «el ser para sí».
Sartre fue un polemista nato que siempre creyó tener razón. Su obra está plasmada en miles de páginas que integran su teatro, sus artículos periodísticos y sus libros de filosofía. Todo ello forma un conjunto coherente que expresa su mirada sobre el mundo.
Leídos sus trabajos 43 años después de su muerte, es fácil darse cuenta de los muchos errores que cometió, entre ellos, su cercanía al comunismo y su desprecio a las democracias parlamentarias en las que veía un sistema de dominación. Pero su filosofía sigue viva en lo referente a su concepción de la libertad y de la historia, entendidas como la fragua de nuestra identidad.
Lo que más me gusta de Sartre es que no fue un pensador determinista, apostaba por la responsabilidad individual y sostenía que el mundo lo hacen los seres humanos, que siempre pueden sobreponerse a los condicionantes materiales de la existencia. La «mala fe» era para él la sumisión a los discursos dominantes y a los intereses del poder.
Esto es aplicable al entorno en el que vivimos. Tanto a lo que sucede en Gaza y en Ucrania como a lo que está pasando en nuestro país. No sólo podemos cambiar las cosas, sino que estamos obligados a hacerlo. Lejos del fatalismo de algunos discursos políticos, no hay por qué aceptar pasivamente el curso de los acontecimientos. Vivir no consiste en hacer lo que uno quiere, sino en querer lo que uno hace, dijo el viejo maestro. Lo suscribo.