el retranqueo
Miércoles Santo
La chicotá perdura siempre, sostenida en el sentimiento contradictorio de un miércoles que es un lapso roto entre el ayer y el mañana
¡Eh, el despertador! (28/3/2023)
Bofetadas (21/3/23)
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Iniciar sesiónLos aires de Miércoles Santo, la textura cofrade de esas noches de azahar dulce y levantás a hierro, evocan una extraña sensación de ecuador pasional con el que todo empieza a agotarse en racheos bajo la luna del Parasceve. Para el rancio de profesión, todo ... se había agotado antes, pero es el Miércoles quien te regala esa sensación de intermedio en los parones que funde la satisfacción de lo que resta con la tristeza de lo que se fue. Un Miércoles Santo es como la vida, un trasiego en el tiempo, una estación de penitencia cuyo nazareno mira hacia adelante con la misma sensación agridulce que le hace evocar el ayer. En su retina quedan cincelados el recuerdo y la esperanza de que esa luna plena permanezca flotando sobre las bambalinas de cualquier palio sin un mañana de golondrinas que rompa el sonido de la eternidad. Sin que nunca se canse de revirar… y que la vida espere un poco para atosigarte otra vez con sus rutinas, sus penas y frustraciones.
Estos miércoles de incienso y vainilla tienen mucho de congoja, de prisas nerviosas y de adioses prematuros cuando el crucificado recorta la esquina al compás, y se marcha de tus ojos con la cadencia de la muerte. Atrás queda el domingo, donde todo nace con sones de corneta viva y campanilleros que enredan sus notas en los varales. En el aire, el incienso te nubla esa vida de viene y va, la trabajadera cruje y te corta la respiración, y los mantos bordados te protegen en este 'impasse' de magia que congela tu existencia unos días. En la distancia contemplas de recogida a ese nazareno solo y cansado, con su túnica esbelta, como si su penitencia hubiese sido miel, camino ya de casa, envolviéndose por el camino más corto como a paso largo de lluvia, con su mano posada en el antifaz a la altura del pecho.
Cuando se desvista su hábito de fidelidad heredada, tendrá un corazón renovado para seguir peleando en la vida de antes. Esa vida que te atormenta e incomoda. La que te hace reír. La que te sirve para amar. La que te acerca a Dios. La que te conmueve y te arranca lágrimas cuando, bajo el costal, la vida te piensa a ti. Es la vida quien te seguirá buscando con sus propias revirás, con sus emociones y amarguras, y la procesión recia seguirá porque no todo se apaga cuando la cruz de guía traspasa el umbral oscuro de tu templo. La chicotá perdura siempre, sostenida en el sentimiento contradictorio de un miércoles que no es más que eso, un simple viaje, un lapso roto entre el ayer y el mañana con tu día dormido entre las rosas de un palio.
Al final, sólo cuando el clavel te apague el pabilo del cirio, tomarás conciencia de que fuera de tu silencio ensimismado de cofradía todo continúa inerte, esperándote áspero hasta que otra luna y otro miércoles teñido de Parasceve te acaricien de nuevo para limpiar cada rincón de tu soberbia, cada mancha de tu malicia. Y entonces, la vida te seguirá pensando a ti, no tú a ella.
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