pincho de tortilla y caña

Toque de difuntos

El cabreo que le asomaba al rostro, entre la prepotencia y el desprecio, le condenaba a perder el combate

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Alguien debería haberle dicho a Sánchez que los debates políticos se ganan o se pierden con el televisor en silencio. No hacía falta subir el volumen para saber lo que estaba pasando en el plató de Antena 3. Bastaba con ver los contraplanos del ... líder socialista, cuando hablaba Feijoo, para darse cuenta de que el cabreo sordo que le asomaba al rostro, a medio camino entre la prepotencia y el desprecio, le condenaba sin remedio a perder el combate. Sin flema de buen fajador no hay victoria dialéctica posible. Además, el muaré de su chaqueta azul provocaba destellos eléctricos que parecían emerger de una tormenta interior de dimensiones considerables. Hubo momentos en que su semblante furioso parecía una olla a presión a punto de explotar. A nadie le hubiera extrañado ver sus fosas nasales exhalando columnas de vapor, o incluso lenguas de fuego, para aliviar la furia contenida que le contraía el rictus de la boca cada vez que Feijoo le marcaba la cara.

Ese era el cuadro: Sánchez, desencajado, ya no se divertía ante las cámaras ni dominaba la conversación como había sucedido durante la turné que le llevó a estudios de radio y televisión que no pisaba desde que el mal de altura –ay, el Falcón– le alejó de la corteza terrestre. Aquel hombre de encarnadura mortal que contaba chistes y albergaba sentimientos humanos desapareció de repente. Feijoo no era la hormiga Trancas, ni un simple periodista cuyo trabajo profesional consiste en hacer preguntas más o menos incisivas. Feijoo era su par en la otra orilla ideológica, el rival que le lleva ventaja en las encuestas, el político veterano –curtido en el oficio de la gestión pública y laureado con cuatro mayorías absolutas en Galicia– que puede desalojarle de La Moncloa. Aquella igualdad de armas derivó en un bronco debate electoral donde Sánchez sacó a relucir su yo verdadero. El hombre al que muchos ciudadanos no pueden ver ni en pintura, el altanero antipático y perdonavidas que ha hecho de la resistencia en el poder su escudo de armas, eclipsó al candidato coñón de 'El hormiguero'.

Así las cosas, a Feijoo le bastaba con mantener el tipo. Tenía muy claro cuáles eran sus dos objetivos fundamentales: no perder a ninguno de los votantes socialistas que se han pasado a su bando y robarle a Vox todos los posibles. Sánchez le ayudó a conseguirlo. No dio ningún argumento para que sus votantes tránsfugas se arrepintieran de serlo y dejó claro que seguía prisionero de Frankenstein. Por si había dudas, Otegui y Rufián, minutos antes, habían proclamado a dos voces en un mitin en Durango: «Lo que vaya a pasar en España lo decidiremos nosotros». Luego, la máquina trituradora se puso en marcha y los 'trackings' del día siguiente comenzaron a reflejar la caída del PSOE, en beneficio de Sumar, y la subida del PP en detrimento de Vox. A nueve días de las elecciones no hay fuerza de la naturaleza capaz de darle la vuelta al partido. Pincho de tortilla y caña a que, si Abascal no se viste de murciano después del escrutinio, el bacalao ya está vendido.

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