pincho de tortilla y caña
El pasado es mañana
Dentro de cien años la vida seguirá igual. Y nadie hablará de nosotros cuando hayamos muerto
De la virtud al pecado (28/6/2023)
Nunca digas nunca jamás (21/6/2023)
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónHa caído en mis manos un libro que me reconcilia con la época que me ha tocado vivir. Me lo regaló José Peláez. Se titula 'Cronistas Bohemios' y documenta el acceso de rebeldía que caracterizó a buena parte de los periodistas que fueron más celebres ... en los turbulentos comienzos del siglo XX. El autor, Miguel Ángel del Arco, cuenta las peripecias de muchos de ellos en el Madrid absurdo, brillante y hambriento de finales de 1900. Buscaban la inmortalidad pero acabaron cayendo en el olvido. 'Sic transit gloria mundi'. A pesar de la fama que cosecharon en vida, sus nombres no superaron la criba de la posteridad. Hoy son seres desconocidos.
En ese elenco de literatos ávidos de gloria hay genios, menesterosos, aristócratas y buscavidas. Todos ellos pertenecían a la llamada Gente Nueva y estaban convencidos de que debían inspirar sus artículos en la vida de la calle, en los dolores del pueblo, en los afanes de los ciudadanos, en las aspiraciones de los jóvenes y en la búsqueda de la verdad. Venían a sustituir a la Gente Vieja, cuyos representantes más insignes eran Clarín y Echegaray. Cuando a éste último le concedieron el Nobel de Literatura, en 1904, firmaron el llamado 'Manifiesto de los Rebeldes', en el que reivindicaban una estética distinta, desvinculada del canon artístico que imperaba en su tiempo.
Lo más curioso de todo es que, a pesar de su afán innovador, todos parecían estar cortados por el mismo patrón. Eran noctámbulos, mujeriegos, borrachos, anticlericales, anárquicos y pendencieros. Y, sin embargo, escribían como los ángeles. Y ese es, justamente, el punto que me martiriza: si para alcanzar su excelencia literaria había que llevar ese estilo de vida, ¿qué hubiera sido de mí de haber nacido cien años antes? Soy noctámbulo y anárquico, eso es verdad, pero me temo que soy razonablemente monógamo (aunque no ejemplar), abstemio, católico y pacífico. Yo no me veo robándole la amante a un matón, como hizo uno de aquellos periodistas bohemios, y encarándome con él cuando me encañonara con su revólver. El protagonista del suceso, al verse en ese trance, extrajo una moneda de su chaleco, se la enseñó al cornudo y le dijo: «un duro a que no me mata usted de tan cerca». El otro no disparó. Ambos se hicieron amigos y estuvieron diez días seguidos de juerga.
Mi sangre fría no llega a tanto. Yo hubiera huido como alma que lleva el diablo al ver el revólver y en el improbable caso de que hubiéramos acabado siendo amigos no hubiera resistido una juerga de diez días ni harto de vino. Por cosas así decía al principio del artículo que la lectura del libro que me ha regalado José Peláez me reconcilia con la época que me ha tocado vivir. No es cierto que cualquier tiempo pasado fue mejor. Entonces, como ahora, los periodistas se rebelaban contra la decadencia moral en la que estaba sumido el país y contra los políticos corruptos. Pincho de tortilla y caña a que dentro de cien años la vida seguirá igual. Y nadie hablará de nosotros cuando hayamos muerto.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete