Pincho de tortilla y caña
Nunca digas nunca jamás
María Guardiola conmina a los electores extremeños a hacer algo que no quieren hacer: cambiar su voto en unas nuevas elecciones
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Supe que el sanchismo agonizaba después de leer un reportaje que firmó Manuel Jabois en 'El País' a los pocos días de que Isabel Díaz Ayuso se quedara a las puertas de la mayoría absoluta en las elecciones de 2021. Jabo se fue a algunos ... pueblos del cinturón rojo de la comunidad, entró en los bares y, entre trago y trago, les preguntó a los parroquianos por qué habían votado a la derecha. La respuesta mayoritaria, si lo recuerdo bien, fue que con todo dolor de su corazón no podían apoyar a un partido que tuviera como socios a los compañeros de viaje que había elegido el PSOE para gobernar en España.
Después de aquello llegué a la conclusión de que la rehabilitación electoral del PP, favorecida por el derrumbe de Ciudadanos, se había puesto en marcha y recordé algo que la experiencia me ha enseñado a lo largo de los años: que, en política, los procesos emergentes son imparables a corto plazo. Nunca he ganado más pinchos de tortilla que cuando aposté, en 2015, que Podemos y sus confluencias superarían la barrera de los cincuenta escaños. Antes de manifestar nuestro desencanto los españoles somos muy dados a otorgar el beneficio de la duda.
Esa regla solo ha tenido dos excepciones: la de 1979, cuando Suárez hizo creer a los electores que Felipe González era el mascarón de proa de la izquierda revolucionaria, y la de 1993, cuando Felipe González, triturado por la corrupción que por aquel entonces campaba a sus anchas por todos los rincones del país, hizo de Aznar la caricatura de un dóberman furioso dispuesto a morder a los pobres mientras cuidaba el jardín de los ricos. Aun así, el mensaje del miedo no arruinó ninguno de los dos procesos de alternancia que se habían puesto en marcha, solo los demoró tres años.
En las tripas de la última encuesta del CIS hay un dato muy revelador. Tezanos quiso saber cuántos españoles hubieran cambiado su voto de haber sabido de antemano el resultado de las elecciones municipales. Una manera sutil, o no tanto, de averiguar si los pactos postelectorales –sobre todo los del PP con Vox, naturalmente– infunden miedo a los votantes. La respuesta fue apabullante: el 94,4% de los consultados manifestaron que volverían a elegir la misma papeleta. Conclusión: el partido de Abascal no asusta a nadie, o si lo hace es en menos proporción que Bildu o ERC.
La extremeña María Guardiola, dicho todo lo anterior, se está metiendo en uno de esos líos que suele cargar el diablo. Primero porque deja como demócratas de segunda a sus compañeros de partido que sí han pactado con Vox y segundo porque conmina a los electores extremeños a hacer algo que no quieren hacer: cambiar su voto en unas nuevas elecciones. Pincho de tortilla y caña a que forzando esa jugada no gana nada. O bien se queda como está, es decir, sin mayoría absoluta, o bien le da a Fernández Vara un balón de oxígeno. Y todo por haber dicho la frase prohibida: nunca digas nunca jamás.