PINCHO DE TORTILLA Y CAÑA
El gordo feliz
No me recuerdo más feliz siendo exgordo, y todavía menos durante el trance de conseguirlo
El Gobierno de turno (7/6/2023)
La pirámide del faraón (31/5/2023)
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónUna de las pocas cosas buenas que puedo decir de mí es que nunca he tenido complejo de gordo. No quiero decir con esto que sea bueno estar gordo, sino que está bien vivir sin complejos. Lo único que me molestaba de tener unos ... kilos de más, siendo adolescente, es que las chicas solían preferir a tipos más atléticos que yo. Aún así no puedo quejarme de haber tenido un historial romántico deplorable. Es verdad que coleccioné varios sacos de calabazas, pero algunas de mis novias fueron guapísimas y maravillosas. Para conseguir lo mismo, otros amigos, gordos como yo, se empeñaron en adelgazar a toda costa utilizando métodos expeditivos que por regla general acababan degenerando en una obsesión estética que convertía el cuerpo que nunca tendrían en un dictador sádico y despiadado: deporte compulsivo, dietas a base de apio y de forraje, bebidas de raíces guatemaltecas y privaciones continuas que les hacían estar de un humor de perros hasta que un buen día, hartos de la halitosis que les impedía acercarse a los labios de las chicas y consumidos por la ansiedad, acababan poniéndose ciegos a hamburguesas con beicon y regresaban, frustrados y cariacontecidos, a su estado natural.
Es verdad que en varias ocasiones los aldabonazos del colesterol y los triglicéridos me han obligado a adelgazar por prescripción facultativa, pero no me recuerdo más feliz siendo exgordo, y todavía menos durante el trance de conseguirlo. Hay gente, habitualmente hiperactiva y nerviosa, que tiene la fortuna de comer como si no hubiera un mañana y quedarse tal cual, pero yo debo ser tan confortable para las calorías que ninguna de ellas abandona mi organismo voluntariamente. Tengo que expulsarlas a la fuerza, a base de privaciones espartanas que me convierten en un ser mustio y melancólico.
Una vez, Luis Alberto de Cuenca y yo conseguimos perder veinte kilos animándonos recíprocamente y cuando logramos alcanzar el objetivo que nos habíamos marcado, la doctora que nos ayudó a conseguirlo, buena amiga de los dos, nos aconsejó que viéramos a la dietista que debía encargarse de mantenernos en nuestro nuevo peso enseñándonos a cambiar de hábitos alimenticios. Luis Alberto pasó del consejo y volvió a sus grandísimos poemas (y a su peso primitivo) sin acudir a su consulta y yo, más disciplinado, decidí probar a ver qué pasaba. Y lo que pasó es que la dietista era tan guapa que acabé casándome con ella. Después me pareció de mal tono seguir delgado. Era el momento de darle sentido a la curva de la felicidad. Así que volví a mi perfil orondo de toda la vida y en él me he mantenido durante los últimos doce años.
Si cuento todo esto es porque ahora, mal que me pese, otro médico amigo –que Dios nos guarde de la amistad con estetoscopio– me ha dicho que tengo que volver a adelgazar si quiero ganarle la batalla a mis alifafes. Pido disculpas a todos mis amigos si en los próximos meses aún me vuelvo más gruñón de lo habitual. Intentaré llevarlo con buen ánimo pero pincho de tortilla y caña a que no lo consigo. Sería la primera vez.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete