pincho de tortilla y caña
Federico
De todas las trincheras que hemos compartido, la más nuestra ha sido la que él cavó con sus propias manos hace ahora un cuarto de siglo
El hombre que sabía demasiado
Las tres Españas
En Orihuela del Tremedal hace un frío que pela. En los Montes Universales, a mil quinientos metros de altura, los ríos no son de agua, sino de piedra, y los caminos están tupidos de turba. Al caminar, siempre cuesta arriba, las pisadas retiemblan como si ... fueran pantanos helados a punto de resquebrajarse. Si yo hubiera nacido allí y por la noche me hubiera tenido que poner el abrigo y la bufanda para llegar al retrete, separado de la vivienda, también habría urdido un plan para largarme cuanto antes. Aunque no sé si lo hubiera logrado. Creo que no. En el seno de una familia humilde, en aquella época, las dos únicas vías de escape eran ingresar en el seminario y estudiar para cura o renovar anualmente una beca en el instituto de Teruel sacando matrícula de honor en todas las asignaturas. Las dos opciones excedían mis capacidades. Ni me sienta bien el traje talar ni he sido jamás un buen estudiante. Federico Jiménez Losantos, sí. Él hubiera sido tan mal cura como yo, desde luego, pero la segunda opción, la de hincar los codos y completar un bachillerato inmaculado, sí estaba a su alcance. Por eso ha llegado a ser lo que es: uno de los tipos más cultos que he conocido a lo largo de mi vida. Cuando él habla de la idea del esfuerzo, de la responsabilidad individual o de las bondades de la competencia (las matrículas de honor eran numerus clausus y había que conseguirlas en disputa con otros candidatos) no hace otra cosa que reivindicar las enseñanzas de su propia experiencia. Federico estaba condenado a ser liberal desde que sus ojos se abrieron a la contemplación de la belleza y las exigencias de la sierra de Albarracín. A algunos les sorprende que militara en Bandera Roja cuando era joven, pero no todos saben que en aquel entonces militar en 'el Partido' era la única forma visible de oponerse a la dictadura. Luego –Pekín fue su Damasco– se dio cuenta de que no se puede luchar contra una tiranía militando en otra y desde entonces enarbola la bandera de España y la libertad con esa tenacidad incombustible, íntimamente cosida a su biografía, que tanto desalienta a sus contradictores. Fede no se rinde jamás. No entiende otra actitud vital que no sea la de estar siempre dispuesto a pelear por las causas que dan sentido a su vida. ¡Si lo sabré yo –levantino, cachazudo, pactista y proclive a la horizontal–, que aún no me he repuesto de la fatiga de una escaramuza y ya estoy siendo movilizado por él para la siguiente!. La vida a su lado, como dicen los italianos de la guerra, es bella pero incómoda. Llevamos juntos más de cuarenta años y, que yo recuerde, no nos hemos enfadado jamás. De todas las trincheras que hemos compartido, la más nuestra ha sido la que él cavó con sus propias manos hace ahora un cuarto de siglo. Libertad Digital celebró hace unos días ese record de supervivencia. Este tiempo ha supuesto algo más que la culminación de un sueño. Ha sido casi un milagro y, desde luego, el cumplimiento de un compromiso moral. Pincho de tortilla y caña a que a la tarta de cumpleaños aún le caben muchas velas más.