LA TERCERA
La sorpresa y el misterio de la música
Esta Tercera se escribe como reconocimiento de gratitud a Radio Clásica de Radio Nacional de España, que el pasado 22 de noviembre cumplió 70 años. Bien puede este homenaje recordar también los 'Clásicos populares' de Fernando Argenta, que no hace mucho han cobrado una segunda vida
Sed de Dios
El clima, en nuestras manos, ¿o ya no?
¿Qué peralte espiritual hace que, al encender la radio del coche y empezar a oír de repente un tema musical favorito, esa audición nos inspire más que la que tiene lugar en la sala de conciertos? Por supuesto, la sorpresa contribuye mucho a la ... intensidad anímica del momento. Marivaux, el gran dramaturgo francés de mediados del siglo XVIII, escribió páginas famosas sobre la sorpresa del amor y la especial dulzura que tiene el amor que sobreviene como algo inesperado. Marivaux acuñó la frase 'tomber amoureux' precisamente para describir el enamoramiento que se parece a una caída accidental en el vacío. Pues bien, algo de esa emoción ocurre cuando el azar de la programación radiofónica nos hace caer sobre uno de esos temas musicales que han acabado formando parte de la banda sonora de nuestra vida. Sorpresa musical también es, aunque a un nivel mucho más elevado, la que tan magistralmente interpreta el actor que interpreta al compositor Salieri cuando empieza a leer las partituras que le trae la mujer de Mozart, en una de las mejores escenas de la película 'Amadeus'. «Era la voz de Dios… la más absoluta belleza», musita el anciano Salieri recordando como aquellas notas musicales habían saltado del pentagrama a su mente.
Pero en la música que nos llega a través de las ondas hay otro elemento más, que es el misterio tan característico y propio de ese admirable medio de comunicación que es la radio. Es el misterio de los sonidos incorpóreos, que no proceden de un lugar fácil de identificar. Puede tratarse de sonidos que se oyen en la oscuridad, como ocurre en uno de los más bellos sonetos de Góngora. Un peregrino, en el desierto y en tenebrosa noche, oye a lo lejos, pero con nítida claridad, los ladridos de un perro: «Repetido latir, si no vecino / distinto oyó de can siempre despierto». Sonidos en la oscuridad fueron también los que oyeron Colón y su tripulación tres días antes del 12 de octubre de 1492. Así lo reflejó el Almirante en su diario: «Toda la noche oyeron pasar pájaros». Y todavía recuerdo la emoción de mi padre, hace muchos años, al entrar en la iglesia del lucense Monasterio de Samos, que estaba desierta, y escuchar, interpretados por un invisible organista en la penumbra, los acordes que Juan Montes compuso para el 'Negra sombra' de Rosalía de Castro… Viene también a la memoria un famoso romance flamenco de Rafael de León, en aquel pasaje que decía: «¿Te acuerdas de aquella copla / que escuchamos aquel día / sin saber quién la cantaba / ni de qué rincón salía?».
A veces basta la lejanía del sonido, combinada quizá con la hermosura de un escenario, para transmitir la sensación de misterio. ¿Ha habido alguna vez ventura musical tan profunda como la que hubo el conde Arnaldos la mañana de San Juan? Saliendo de una galera que se aproxima a la costa, se oye un cantar «que la mar ponía en calma / los vientos hace amainar». El conde se dirige al marinero que la guía con urgencia y pasión casi angustiosas: «Por tu vida el marinero / dígasme ora ese cantar». La respuesta del marinero, que el lector conocerá bien, está igualmente llena de encanto: «Yo no digo mi canción sino a quien conmigo va». La ventura del Conde Arnaldos sobre las olas del mar se parece a la nuestra sobre las ondas de la radio, que nos traen sonidos musicales dotados de un misterioso atractivo. En este sentido, un eco de la pasión del conde por volver a oír la canción del marinero se da en el conductor que va escuchando en la radio una pieza musical que cree reconocer, pero que no identifica con precisión. En esa situación, tenemos una verdadera urgencia de que nos digan qué canción es esa. ¿Quién no ha dado varias vueltas a la manzana para dar tiempo a que la voz amiga de la emisora nos dé los datos de la obra y del autor? Y esta vez el marinero radiofónico sí da satisfacción al Conde Arnaldos, quizá porque vamos con él, porque todo buen radioyente es seguidor de su emisora.
Como el lector melómano y radiofónico habrá comprendido desde el primer momento, esta Tercera se escribe como homenaje de gratitud a Radio Clásica de Radio Nacional de España, que el pasado 22 de noviembre cumplió 70 años. Bien puede este homenaje recordar también los 'Clásicos populares' de Fernando Argenta, que no hace mucho han cobrado una segunda vida. Acudiendo a mi oficio de jurista, podría decir que durante todo este tiempo, Radio Clásica ha prestado un servicio público de manera ejemplar. La sola longitud de su existencia ya nos acerca a esa nota de todo buen servicio público que es la continuidad. Por supuesto, Radio Clásica presta el servicio de la cultura, ese servicio que, según la Constitución, el Estado debe considerar «como deber y atribución esencial».
Pero de lo que llevamos recorrido hasta aquí ya se deduce que Radio Clásica va más allá. Es verdad que, al menos desde la Declaración norteamericana de independencia, la búsqueda de la felicidad corre a cargo del individuo, no del Estado, pero muchos no concebimos la felicidad sin la música y con frecuencia la encontramos en Radio Clásica, con el regalo añadido de la sorpresa y el misterio de que antes hablábamos. Y aunque no siempre que ponemos la radio se produce el milagro de que el aire se serene y vista de hermosura y luz no usada, sí tenemos la seguridad de que Radio Clásica nos hará buena compañía y nos enseñará cosas interesantes.
Así, en su reciente y magnífico programa 'Diccionario musical' me he enterado hace poco de lo que es un «intervalo de octava» y de su presencia, por ejemplo, en el tercer verso de la canción 'Cumpleaños feliz'. Tengo la sospecha de que ese salto musical es el que hace que los españoles desafinemos al llegar al tercer verso («te deseamos todos»), con la complicación añadida de que la melodía nos lleva a acentuar la segunda e de «deseamos», en vez de la a, como correspondería. Por ello, me permito recomendar una letra alternativa para la misma canción, que evita el problema del «deseamos». Dice así: «Un feliz año ten / ojalá cumplas cien / Y ojalá lo veamos / Como ahora de bien». Según se ve, el intervalo de octava llega en el segundo «ojalá», con lo que el salto se da más fácilmente, alargando todo lo que sea necesario la última vocal tónica. Los demás comensales del restorán agradecerán el cambio. Fue autor de esta letra mi tío Joaquín Calvo-Sotelo, escritor, académico y tercerista de ABC, a quien recordarán los más veteranos.
Pero no quiero entretenerte más, amigo lector, con estas pláticas de familia. Lo importante es hacer llegar a Radio Clásica nuestro agradecimiento y nuestro deseo de que, por muchos años más, al encender la radio sigamos oyendo la música estremada, por vuestra sabia mano gobernada.
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