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EL ÁNGULO OSCURO

¿Quién puede profanar tumbas?

Para encontrarse a gusto en ese ambiente vital monstruosamente pernicioso, hace falta haber regresado a un estadio previo a la humanidad

En manos de cipayos

El fin de la tradición letrada

carbajo & rojo
Juan Manuel de Prada

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En contra de lo que pretende el cientifismo, que antaño se entretenía midiendo los cráneos de los homínidos y hogaño analizando su ADN, lo que define la aparición del hombre sobre la faz de la Tierra es el respeto reverencial a los muertos. Como ... señala Chesterton, «es inútil comparar la cabeza del hombre con la cabeza del mono si, ciertamente, nunca pasó por la cabeza del mono enterrar a otro de su especie en una tumba con nueces para ayudarle a alcanzar el celestial hogar de los simios». En efecto, no hay un mono que, evolucionando, se ponga a honrar a sus muertos. Simplemente, hay un montón de monos más o menos antropoides que dejan que sus congéneres se pudran a la intemperie; y, de repente, aparece un nuevo ser, que se diferencia de los monos en especie y no en grado. Y uno de los signos distintivos de ese nuevo ser es una misteriosa naturaleza mística que percibe la muerte como una puerta hacia el misterio. Una puerta infranqueable, mientras estamos vivos; una puerta tras la que se abre una estancia que ahora sólo podemos atisbar brumosamente. San Pablo lo expresó con aquellas palabras insuperables: «Ahora vemos como en un espejo, confusamente; entonces veremos cara a cara».

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