'Delenda est monarchia'

La España para la que escribía Ortega se revolvió furiosa contra una monarquía languideciente y terminal, despedazando lo que antes había encumbrado; la España de hoy, en cambio, puede asumir tan pichi que los reyes se refocilen en el barro, cumpliendo con el ideal de cualquier demócrata que se precie, que según Gómez Dávila consiste en «copular el mayor número de veces». Por supuesto, la España de hoy ha sido formada –deformada– en el desprecio a la jerarquía y la exaltación del igualitarismo, en la reclamación orgullosa de derechos sin contrapartida de deberes, en el indiferentismo religioso, en el emotivismo irracional, en el desarraigo y el desdén hacia la tradición; y todas esta lacras e inmundicias reclaman una forma de gobierno más cercana a la república que a la monarquía. Pero esa forma la garantiza igualmente una 'república coronada'; con la ventaja –para los enemigos de la monarquía– de que, además, brinda a la chusma un payaso de las bofetadas sobre el cual puede vomitar su bilis. Ese papel le corresponde momentáneamente el 'emérito'; aunque, por supuesto, calentando en el banquillo se halla su sucesor.

Las grabaciones con sabor a caldo de gallina vieja sólo han servido para alimentar los chascarrillos de las tertulietas televisivas; y ni siquiera saber que la gallina vieja madrugaba al fondo de reptiles unos milloncejos de nada ha provocado especial escándalo, pues hace mucho tiempo que el 'emérito' pasó de héroe a villano a ojos de las masas. En este sentido, podría decirse que estas grabaciones cumplen el cometido de asegurar que no decaiga la desafección hacia la monarquía; y también que dicha institución se mantenga en una situación de debilidad crónica, para que sus enemigos puedan seguir utilizándola en provecho propio.

La monarquía está hoy en manos de sus enemigos, que pueden apretarle a aflojarle las clavijas según les convenga. No hay situación más triste que depender para nuestra subsistencia de quienes desean nuestro mal. Pero esta es la situación en que se halla la monarquía; y ahora no les resta otra 'defensa' que la que le brindan quienes no creen en ella, quienes la detestan de modo más o menos estridente o modosito, mientras la convierten en rehén de sus apetencias y pantalla de sus desmanes. La subsistencia de la monarquía depende de la voluntad de sus enemigos, que la mantendrán mientras les apetezca y le darán matarile cuando lo consideren pertinente. A fin de cuentas, una 'república coronada' siempre puede prescindir del ornato de la corona.