Entre el desconcierto y la marginación

Parece claro que la propuesta Von der Layen, en el mejor de los casos, al depender de las situaciones internas de cada Estado miembro, no permitirá a la UE pasar rápidamente de los 326.000 millones a los que asciende el gasto actual de defensa a los 800.000 millones que se necesitan. Va a llevar tiempo. Y desgraciadamente Ucrania no puede esperar.

El candor es sagrado. Pero los errores en política se pagan muy caros. Europa ha recibido una dura lección, sin asiento en la mesa principal y relegada a actor secundario en este conflicto en nuestro continente. En junio hará cuarenta años de la firma del Tratado de Adhesión de España a las Comunidades Europeas. Son muchos los acontecimientos que se han producido desde entonces. El proyecto Europa 92, el nacimiento de la moneda única, el desmoronamiento de la URSS, la guerra de los Balcanes, la unificación alemana o las distintas ampliaciones con las sucesivas modificaciones de los Tratados.

A finales de los 80, gracias a la coincidencia de Jacques Delors en la Presidencia de la Comisión con una serie de personalidades extraordinarias (Juan Pablo II, Gorbachov, Reagan, Kohl o Thatcher ), el proyecto europeo experimenta un fuerte impulso y se convierte, por dos décadas, en una gran potencia económica, comercial y financiera. Epítome de lo que se ha llamado «poder blando», descansando, indolentemente, sus necesidades de defensa en «el amigo americano» a través del vínculo trasatlántico que está inscrito en su código genético desde la firma del Tratado de Washington en 1949.

La Unión, después de las crisis sucesivas que ha confrontado, inicia, a partir de 2008, un declive, en el que parece incapaz de hacer frente a la renovación continua de la economía americana, a la pujanza económica y tecnológica de China y a la emergencia imparable de otros actores del Sur Global. China superó a la Unión en 2019 como segunda economía mundial. India sobrepasará este año a Japón como cuarta y pronto a Alemania como tercera. Además, el Viejo Continente se está convirtiendo en un continente viejo. En 1950 entre los diez países más poblados del mundo seis eran europeos. Hoy entre los veinte más poblados sólo se encuentra Alemania.

La UE tiene que salir de su letargo y dar un paso decidido en la buena dirección. Y tiene que hacerlo en las dos dimensiones de su proyecto. En la dimensión interna: mercado interior y unión económica y monetaria y en su proyección externa. En la primera, la hoja de ruta viene marcada por el Informe Draghi. La Comisión ya ha presentado propuestas: la brújula de competitividad, el pacto por una industria limpia y dos de las tres comunicaciones ómnibus sobre simplificación. Es urgente crear, de una vez por todas, una Unión de Mercado de Capitales y un Tesoro Europeo.

En la dimensión externa, la UE tiene que hablar con una sola voz. Hemos asistido al espectáculo de un Estado miembro votando en Naciones Unidas con Rusia, Bielorrusia, Irán y Corea del Norte. La fuerza de Europa es su unidad. Su debilidad, su fragmentación. En defensa, los deberes comienzan por cumplir los compromisos de Cardiff y Madrid, porque la Unión no puede garantizar hoy sus necesidades de defensa fuera de la Alianza Atlántica. Y después, sobre los progresos que se han producido en los últimos años, construir una política de seguridad y defensa creíble que nos permita abordar juntos los conflictos y las crisis, proteger a nuestros ciudadanos, contribuir a la paz y seguridad internacionales y hacer frente a la nueva configuración de las amenazas.

Con Estados Unidos tenemos la más amplia relación bilateral de comercio e inversión del mundo, elevándose los intercambios de bienes y servicios anuales por encima de los 1,5 billones de euros, lo que representa el 30 por ciento del comercio y el 43 del PIB mundial. La Unión, ante esta disparatada guerra comercial, debe completar, rápidamente, su red de acuerdos preferenciales con terceros países. Sin complejos. En 2017, Trump abandonó las negociaciones para el ambicioso Acuerdo de Comercio e Inversión (TTIP) que buscaba el arancel cero para ambas partes.

Y lo más importante, tiene que dotarse de un procedimiento de toma de decisiones que nos saque de la parálisis institucional. Los tiempos en política son decisivos. Mientras Trump firma órdenes ejecutivas de la noche a la mañana, la Unión lleva entre la negociación y la ratificación del Acuerdo con Canadá más de 16 años y 25 para el 'non nato' Acuerdo Estratégico con Mercosur.

El proyecto de Unión es un proyecto imperfecto y todavía en construcción. Un proyecto que, según un presidente norteamericano de este siglo, es el proyecto más democrático, más solidario, menos injusto y más variado que ha conocido la humanidad. Un proyecto que no hubiera podido levantarse sin la contribución decisiva –en sangre y ayuda material– de los Estados Unidos. Aunque Donald Trump haya obtenido 77 millones de votos y sea un presidente legítimo, su proyecto hay que ponerlo en perspectiva. De momento, por un periodo de cuatro años, que tendrá que ser revalidado en dos con la renovación completa de la Cámara de Representantes y un tercio del Senado.

Las grandes potencias vienen y van, los líderes políticos también. La Historia cambia pero los vecinos y la geografía no. Hoy, la Historia se conjuga en presente y en ese presente que nos ha tocado vivir, la UE se debería perfilar como uno de sus actores principales. Pero no nos engañemos, la Europa en la que creemos no se construirá por la mano invisible, sino por el liderazgo, visión, ambición y determinación de unos dirigentes que sean capaces de anticipar el futuro que –como decía Víctor Hugo– es lo inalcanzable para los pusilánimes, lo desconocido para los temerosos y una oportunidad para los valientes, que es lo que se merece y a lo que se ha hecho acreedor, con un inmenso coraje, el valeroso pueblo de Ucrania.