La suerte contraria

El muro, la muralla, las paredes

Es posible que en la derecha haya mucho cafre. Pero la izquierda se ha convertido en algo aún peor

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Dijo el otro día Víctor Manuel que el problema de España es que tenemos una derecha «muy burra y cateta». No sé cómo no se me había ocurrido. No entiendo cómo he podido no caer en la cuenta de que el problema no es ... tanto que la izquierda se haya echado en manos de la ultraderecha xenófoba catalana y del ultraconservadurismo supremacista vasco. Ni que subviertan el orden constitucional con una federalización encubierta, ni que hayan roto el principio de igualdad de los españoles, tanto entre sí como ante la ley. Tampoco que la izquierda defienda acabar con la separación de poderes para volver a un totalitarismo predemocrático que ponga a los jueces a su servicio. Ni siquiera su defensa de los privilegios de las elites y su fusión con el nacionalismo identitario más cejijunto. Por supuesto el problema de España no es el meapilismo moral de las beatillas de la izquierda ni la rebelión del gobierno ante los límites que le impone la ley. Ni que liberen a cientos de violadores y pederastas, ni que el estado permita que se castren niños en pleno desarrollo ni que se mienta sistemáticamente a los más humildes. Ni siquiera es problema que en la izquierda se simpatice con el terrorismo de Hamás, ni el paro juvenil ni el índice de suicidios. Nada de eso. El problema de España hoy no es otro que la derecha, claro. Que es muy burra y muy cateta. Está el asturiano a cuarto de hora de hacer una canción a favor del muro de Sánchez. O, mejor aún, de dar la vuelta a 'La Muralla' –tun, tun, ¿quién es?– y cerrar la puerta a la paloma y al laurel para recibir al alacrán y al ciempiés a puerta gayola. Y de paso, mandar a su casa al corazón del amigo para abrazar el veneno y el puñal. En Suiza y con mediador.

Supongo que como contraposición al catetismo y las burradas de la derecha aparece, en su cabeza, la izquierda, ese nido de luz, Cultura y brillo intelectual, ese Parnaso de refinamiento, sofisticación y complejidad, ese siglo de Pericles capitaneado por Marisa Paredes, con ese aire que se le ha puesto como de anciana tardofranquista que mira con cara de asco a las chicas que llevan la falda muy corta y a las que ganan elecciones con mayoría absoluta. «¿Mi primer recuerdo con Concha?» –dijo, con esa cara de sorpresa que solo puede fingir quien lleva ensayando la respuesta toda la mañana–. Y le cambia el rostro. Llega un 'Deus ex machina'. Escena 2bis. Exterior, tarde. «¿I-sa-bel-dí-az-a-yu-sooooo? ¡Por Dios! ¿Pero qué hace aquí? ¡Fuera!». Y es que a quién se le ocurre, a ver. ¿Cómo osa la musa de burros y catetos convertirse en Melpómene en mitad de La Latina?

Es posible que en la derecha haya mucho cafre. Pero la izquierda se ha convertido en algo aún peor, porque a la oscuridad intelectual, al silencio de los corderos ante los ataques del lobo y a su sumisión lanar al poder se le une un sectarismo deshumanizador, fanático y fundamentalista que niega hasta el dolor ajeno. Y es lógico: de aquellos polvos, estos lodos. Y de los muros, las paredes.

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