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Iniciar sesiónLos conflictos armados (eufemismo al que se recurre para no llamar a la guerra por su nombre) nunca han terminado con acuerdos de paz entre enemigos mortales que se reconcilian milagrosamente. Las guerras, internacionales o civiles, solo concluyen cuando hay claros vencedores y, mejor aún, ... claros vencidos. Los acuerdos de paz entre enemigos pueden servir, como mucho, para una temporada. Ninguna generación ha conocido la paz tras un acuerdo de paz. La mía, sí, porque ni la guerra civil española ni la segunda guerra mundial, que nos precedieron a los boomers, terminaron con reconciliaciones repentinas ni con alegres carantoñas entre enemigos declarados. Unamuno, pocos meses antes de su muerte y ya en plena guerra civil, escribió que, como la Gran Guerra europea había acabado sin vencedores ni vencidos netos, sus únicos frutos habían sido los totalitarismos comunistas y fascistas.
La teoría de la guerra revolucionaria que pusieron en obra los comunistas ya antes de Marx, desde Graco Babeuf en adelante, y que después fue adoptada por los nacionalismos revolucionarios y, en general, por todos los movimientos terroristas, no prevé un final acordado entre los contendientes. La guerra revolucionaria, por definición, es infinita: no termina siquiera con el aplastamiento ni con el exterminio del enemigo contrarrevolucionario, porque otros como este podrán surgir en el futuro (es seguro que surgirán). Por eso, una vez en el poder, los revolucionarios triunfantes tendrán necesariamente que instaurar un régimen de terror y represión perpetua sobre su propia población: un régimen que justificarán siempre como vigilancia preventiva, pero que en realidad no será sino un avatar más de la guerra infinita. Por supuesto, los acuerdos de paz, en el caso de darse, no supondrán sino un momento más de tal guerra infinita. De hecho, los terrorismos revolucionarios los conciben como recursos tácticos que, en un momento de equilibrio de fuerzas, pueden utilizarse para rearmarse, replantear estrategias y por supuesto, debilitar al enemigo.
Para los terrorismos revolucionarios, entre los que –sobra decirlo– incluyo a los yihadistas, incluso las derrotas más catastróficas son vistas como oportunidades para alcanzar la victoria: perder para ganar. Así procedió ETA y, gracias a los acuerdos de paz con los socialistas, su enemigo, el Estado español, ha sido barrido de toda Vascolandia, del río (Ebro) al mar (Cantábrico). Hamás y, en general, el islamopalestinismo hoy ya extensivo a la corrupta OLP, no han procedido de otro modo.
Por tanto, se comprenderá que no me entusiasme el proyecto trumpista de acuerdo de paz para Oriente Medio. Y menos aún, si cabe, la solución de los dos Estados que proponen los gobiernos antisemitas de todo el mundo, empezando por el de Sánchez.
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