La Tercera
Esperanza en la juventud
Si entre los lectores hay algún padre, alguna madre, algún abuelo o alguna abuela, les animo a transmitir confianza a sus hijos o a sus nietos
Sánchez a toda máquina
La lucha por la libertad

Me gustan las matemáticas y la filosofía. Las matemáticas son el lenguaje con el que se ha escrito el universo y todo lo que contiene. Nunca me gustaron las ciencias empíricas como la física o las ciencias naturales. No dejan de ser unas herramientas útiles, pero inexactas, desajustadas. Me gusta el arte en todas sus formas y disciplinas. La pintura, la música, la literatura y, por supuesto, el cine. Me hubiera gustado ser pintor, pero no pintaba bien. Descarté ser escritor. Combinar palabras es todavía más difícil que combinar números. Durante un tiempo di clases de canto lírico, pero mi profesor me sugirió –eso sí, muy amablemente– que me dedicara a otra cosa. No me gustan las ciencias humanas como la psicología, la sociología o la antropología. Las ciencias humanas me resultan excesivamente especulativas, pues no se basan en principio de causalidad sino de casualidad, se basan en la estadística que es la rama de las matemáticas que menos me gustaba.
Llegué al cine más por exclusión que por vocación. Como todo lo demás se me daba mal, decidí probar suerte en el cine. Mirado retrospectivamente, esa decisión tampoco estaba muy bien fundamentada, pues no se me daba especialmente bien ni la fotografía, ni la dramaturgia, ni había tratado nunca con actores. Se me daba bien estar con otras personas –siempre me interesó la gente– y he tenido la suerte de acumular bastantes amigos allí donde he ido. El cine es un trabajo en equipo y pensé que, por ese lado, podía tener una oportunidad.
Cuento todo esto porque, tras realizar mi última película, con y sobre jóvenes, he lanzado en un circuito nuevo en España de promoción y difusión a través de universidades y museos. He visitado de norte a sur y de este a oeste, trece universidades en las que he propuesto un coloquio con los estudiantes después de visionar la película. La idea detrás de este circuito era proponer a los estudiantes un formato parecido a aquel remoto programa de José Luis Balbín, 'La clave', en la que, tras ver una película, se abría un coloquio sobre temas contenidos o relacionados con esa película.
La experiencia del 'tour' por las universidades ha sido excelente y tengo la sensación –o albergo la esperanza– de que ha sido provechosa tanto para los estudiantes y para los profesores, como lo ha sido para mí mismo. He centrado temáticamente los coloquios sobre las dos grandes decisiones que se toman en la adolescencia: elegir un oficio y elegir una pareja para fundar una familia. En un momento como el actual, en el que los medios de comunicación aportan más confusión que claridad, he procurado transmitirles esperanza. Les he contado que es normal que tengan dudas y que vivan esa doble toma de decisión con angustia. Al igual que a los personajes de mi película, la angustia está muy presente en sus vidas, pero no tiene por qué ser mala si no acaba por dominarles. Los adolescentes se enfrentan a decisiones importantes. ¿Qué profesión elegir? ¿Con quién compartir el resto de la vida? Un primo mío me dijo una vez que la vida se basaba en elegir objetivos asequibles y luego trabajar un doscientos por ciento. Un objetivo inasequible es garantía de fracaso, como también lo es no aportar todo el esfuerzo posible. Creo que fue un consejo sabio.
He procurado transmitir a estos universitarios la importancia de no elegir apresuradamente. Disponen de varios años. A lo largo de esos años, lo ideal es probar diferentes parejas y, también, aproximarse a diferentes disciplinas. De esta manera un estudiante de Derecho puede acercarse al diseño gráfico y un estudiante de Filosofía puede experimentar con la música o con la economía. Les cuento que en materia sentimental no deben tener miedo al fracaso ni al dolor de las rupturas amorosas. En la vida nos vamos a encontrar con alegrías y tristezas y estamos equipados psicológicamente para soportar las caricias y los golpes de esos dos impostores, como diría Kipling. El amor puede ser doloroso, pero es fuente de enorme dicha, sobre todo cuando se piensa más en el otro que en uno mismo. Nadie debería renunciar a él.
He hablado en las universidades, en efecto, de la importancia de la esperanza. Y lo he hecho distinguiéndola de sus dos grandes enemigos: la desesperación y el optimismo. Vivimos en un mundo cada vez mejor –en lo material, en lo social, en lo político– y no hay motivo pues para la desesperación que algunos cenizos quieren insuflarnos. Vivimos en la mejor época que ha conocido la humanidad: más derechos, menos guerras, mejores condiciones materiales, pero eso no debería llevarnos a creer en las bondades de un optimismo que lleva a la inacción creyendo que las cosas buenas llegan con solo desearlas. Nada más alejado de la esperanza que el inútil buenismo contenido en los libros de autoayuda. La esperanza es la fe en lo posible aun cuando se vislumbran dificultades.
He descubierto que los jóvenes actuales no se corresponden en absoluto a la imagen que muchos adultos se hacen. Son inteligentes, cultos y sensibles. Más inteligentes, más sensibles y –sí– más cultos de los que lo éramos nosotros a su edad. He descubierto que tienen mucho que decir y mucho que contar. En los coloquios en las universidades participan muy activamente, con comentarios muy personales, muy profundos y utilizando un lenguaje muy articulado. Al salir de estos encuentros, algunos profesores me han expresado su sorpresa. No sabían que eran tan listos y tan cultos. Me pregunto qué debería cambiarse en el sistema educativo para que esa percepción fuera distinta.
Decía más arriba que llegué al cine, por exclusión, por accidente. En más de una ocasión he pensado en abandonarlo. Hay películas que me han supuesto grandes alegrías pero también –muchas– grandes crisis. Sigo haciendo cine por compromiso. No por compromiso con unas causas –no creo en el cine militante– o con unos principios morales –tampoco creo en el cine moralista–, sino por el compromiso conmigo mismo. Decidí hacer cine y ya no puedo dejar de hacerlo. Mientras la salud y la industria me lo permita, seguiré haciendo cine porque fue una decisión libre y me debo a esa decisión.
Decía que tengo esperanza en los jóvenes que llegan empujando. La tengo y se fundamenta en el conocimiento directo. Si entre los lectores hay algún padre, alguna madre, algún abuelo o alguna abuela, les animo a transmitir confianza a sus hijos o a sus nietos. Necesitan esa confianza para florecer libremente. Agradezco, desde aquí, a mi padre la confianza que tuvo en mí y lo bien que supo transmitírmela. A veces, pienso que la desconfianza de los adultos hacia la juventud puede esconder una forma de miedo. Creo que detrás de muchos adultos puede latir el miedo a que los jóvenes lleguen y les quiten el sitio. Es natural que así sea, no hay nada preocupante en eso. Nuestros viejos nos hicieron hueco. Nosotros tenemos que hacer lo mismo. Hice caso a ese profesor de lírica, pero no me resigno a no seguir cantando. Lo hago, eso sí, como mandan los cánones: en la ducha alejado de todo el mundo.
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