CRÍTIca DE:
'Los Wittgenstein, una familia en cartas', de Ludwig Wittgenstein: una familia en ruinas
Epistolario
Reflexiones sobre la amistad y la música, chismorreos, filosofía de sobremesa, rencillas y melancolía, recortados sobre el telón de fondo de una Viena que periclitaba a paso rápido
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He aquí la correspondencia de Ludwig Wittgenstein con sus hermanos —sobre todo Hermine, Paul y Margaret, a quien Klimt dedicó uno de sus mejores retratos— entre 1908 y 1951. Reflexiones sobre la amistad y la música, chismorreos, filosofía de sobremesa, rencillas y melancolía, ... recortados sobre el telón de fondo de una Viena que periclitaba a paso rápido: la desintegración del Imperio, las leyes raciales, el Anschluss…
Y, sobrevolando en círculos, el espectro de Karl Wittgenstein, magnate del acero que crio a sus hijos entre silencios de cartujo y exigencias de grandeza: o eran geniales o no valían ni para calentar banquillo.
EPISTOLARIO
'Los Wittgenstein, una familia en cartas'

- Autor Ludwig Wittgenstein
- Editorial Acantilado
- Año 2025
- Páginas 352
- Precio 24 euros
Sostiene el prólogo de Brian McGuinness, biógrafo y traductor del filósofo vienés, que la familia Wittgenstein —cuya riqueza no admitía más rivales que los Krupp o los Rotschild— vivía en «un mundo estricto sobre cuyo portón pendía una espada». ¿Cabe añadir que ésta terminó rebanando algunos cogotes? La primera palabra de Hans, el primogénito, no fue mamá o papá, sino Edipo. En 1902 se subió a una canoa y desapareció.
Dos años después, Rudi entró en un café, vertió un sobre de cianuro en un vasito de leche y se apeó del mundo. Tenía 22 años y la homosexualidad le pesaba como una losa de granito. Kurt se negó a mandar a sus hombres a una muerte segura en plena Gran Guerra y, para evitar el consejo de guerra por desobediencia, se pegó un tiro en la sien.
Ludwig, en cambio, puso tierra de por medio. Renunció a la herencia y se hizo maestro en un villorrio, bien lejos de aquella casa. ¿Quizá se salvó por eso?
Como una ópera vienesa, tiene compases anodinos, acordes emocionantes y crescendos que hielan la sangre
Lo más enjundioso de este intercambio epistolar es lo que revela entre líneas. Las cartas de Hermine, que nunca superó su horror al sexo y vivió con amor devocional a la sombra del padre, ponen a prueba la paciencia del lector, que en un primer momento las toma por cháchara insustancial. Cabe leerlas con atención, pues en su prolija correspondencia aflora aquello que no es preceptivo decir a las claras.
Verbigracia, la preocupación constante y casi febril por la suerte de Paul, el hermano pianista, que continuó su carrera con el brazo izquierdo después de perder el derecho en la guerra, y para quienRavelcompuso un concierto para piano con una mano.
¿Y Ludwig? Lo mismo escribía sobre música que divagaba sobre sueños o discutía sobre religión; a veces, con la desgana de quien escribe cartas como firma recibos. Y entonces, súbitamente, el fogonazo: la carta 94, por ejemplo, donde lamentaba que Hermine hubiera desperdiciado su vida; o la 134, en la que dejaba escapar su desprecio porAlbert Einstein. Lo mejor es lo que se cuenta en sordina.
No es pequeño mi agradecimiento a Acantilado por haberse atrevido a publicar este libro tan valioso; sería directamente inmedible si, puestos a pedir, corriese el albur de rescatar las célebres 'cartas de Cambridge' donde el autor del 'Tractatus' se mide epistolarmente con Russell, Moore y Keynes. En 'Los Wittgenstein, una familia en cartas' el discurso no raya tan alto, pero el viaje vale mucho la pena. Como una ópera vienesa, tiene compases anodinos, acordes emocionantes y crescendos que hielan la sangre. Un espectáculo de grandeza y de ruina.
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