el contrapunto
A favor del derecho de admisión en España
La política de la izquierda en materia de inmigración se resume en dos palabras: buenismo y demagogia
La verdad según Pedro Sánchez
Estas 'progresistas' se ríen de nosotras
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Iniciar sesiónSi un local comercial posee la facultad de decidir a quién permite acceder a su interior y a quién no, en función de criterios objetivos, publicitados e iguales para todos, una nación soberana no puede ser menos. Si se requiere el uso de corbata o ... se prohíbe el de zapatillas para entrar en un determinado restaurante, con mayor motivo se justifica exigir a quienes quieran venir a instalarse entre nosotros una determinada cualificación laboral, el conocimiento de nuestra cultura, empezando por la lengua, y desde luego la plena disposición a respetar nuestras costumbres y cumplir nuestras normas, so pena de perder el derecho a gozar de la hospitalidad ofrecida. Porque nos ha costado mucho a los españoles construir el país que tenemos y en este envite nos jugamos la convivencia presente y futura, además de la conservación de un estado del bienestar cada vez más amenazado de quiebra.
Es este un debate antipático, políticamente incorrecto, manipulado hasta la saciedad por las fuerzas que medran en la polarización y tendente a la simplificación, pero indispensable y urgente. A diferencia de algunos vecinos europeos enfrentados a situaciones dramáticas, prácticamente irreversibles, España disfruta de cierta ventaja derivada de razones históricas (seiscientos millones de hispanohablantes en un continente en el que dejamos veintisiete universidades) y de desarrollo tardío, gracias a las cuales aún estamos a tiempo de controlar la inmigración y convertirla en oportunidad. Pero para ello es inaplazable la fijación de esas condiciones de entrada, la identificación de los sectores donde se precise mano de obra y posterior establecimiento de cupos, la implicación de los consulados y embajadas en la asignación ordenada de los correspondientes visados, previo refuerzo de sus plantillas, y el control estricto de las fronteras, en aras de impedir un flujo caótico que explica en buena medida el incremento de la xenofobia entre la población más afectada por el problema. Ciudadanos que no residen en la Moncloa o en un chalé en Galapagar, sino en los barrios y localidades donde se hacinan los recién llegados beneficiarios de las ayudas que sufragan los nacionales con sus impuestos sin poder acceder a ellas.
La política de la izquierda en este campo se resume en dos palabras: buenismo y demagogia. Brazos abiertos, ojos cerrados. Negar la evidencia y abdicar la responsabilidad de cumplir y hacer cumplir la ley. Fue Vox quien se atrevió a sacar por vez primera a la palestra pública una cuestión hasta entonces tabú, aunque con excesos (por ejemplo en relación a los menores no acompañados) que alejan sus propuestas de lo razonable y posible en términos democráticos y humanitarios. Ahora el PP toma al fin esa bandera y plantea ideas interesantes, aunque insuficientes. Para resultar creíbles, los de Feijóo deben concretar eso del «visado por puntos», definir con precisión quién tendrá derecho a qué y explicar cómo piensan poner fin al coladero actual.
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