pincho de tortilla y caña
El impostor
La lógica invita a que Sánchez se pondrá el mundo por montera y pagará el precio que le exige Puigdemont para seguir en La Moncloa
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Iniciar sesiónCreo que fue durante el puente de la Virgen, a mediados de agosto, cuando hice el firme propósito de admitir que soy un impostor. La idea llevaba madurando en mi cabeza desde la noche del 23 de julio, después de que el escrutinio de las ... urnas arrojara un resultado que pocos esperaban. Yo, no, desde luego. A partir de entonces, con la regularidad que impone la lectura diaria de la prensa, tuve que familiarizarme con declaraciones que, en teoría, jamás deberían haberse producido. Feijóo insistía en recordar que había ganado las elecciones olvidando que él mismo había declarado en campaña que en política solo gana quien gobierna. Sánchez lanzaba de vez en cuando a sus pregoneros para que dieran la murga con la cantinela de que no estaba dispuesto a comulgar con ruedas de molino para alcanzar la investidura, como si el mundo entero no tuviera meridiano que a la hora de adorar el poder Sánchez es un hombre de comunión diaria. Puigdemont no dejaba de insistir cansinamente en que le daba mucha pereza pactar con el PSOE, negando la evidencia de que nada le pone más que tener a los socialistas con el culo en pompa.
En resumen: nadie se ceñía al discurso que yo había imaginado cuando aún creía que el resultado de las elecciones iba a ser distinto. A Feijóo le suponía a las puertas del Gobierno y no empotrado en la bancada de la oposición, a Sánchez le daba por muerto y no por herido y a Puigdemont lo imaginé en a la irrelevancia absoluta y no convertido en el amo del cotarro. Vamos, que no di ni una. Me fié de las encuestas y me di un trompazo formidable. Desde entonces, el paisaje que describían los periódicos cada mañana me parecía un caos. Todo estaba cambiado de sitio. He pasado buena parte del verano tratando de ordenar las fichas y asimilando el nuevo panorama lo mejor que he podido. La pregunta que más me han hecho estos días ha sido ¿y ahora qué va a pasar? Cada vez que estaba con el agua al cuello me la repetían amigos y conocidos, incluso bañistas a los que no había visto en toda mi vida, no sé si movidos por la curiosidad o por su presunta confianza en mi capacidad de análisis. Cada vez que alguien la formulaba, yo sumergía la cabeza en el mar para hacerme el muerto.
Fue durante una de esas apneas cuando adquirí el propósito, que ahora cumplo, de reconocer que soy un impostor. Es decir, alguien que se hace pasar por quien no es. No soy un fino analista político –a las pruebas me remito– y no tengo ni idea de lo que va a pasar, aunque la lógica me lleve a pensar que, una vez ventilada la melancólica sesión de investidura de Feijóo, Sánchez se pondrá el mundo por montera y pagará el precio que le exige Puigdemont para seguir en La Moncloa. Pincho de tortilla y caña a que muchos están tan despistados como yo, pero eso no me sirve de consuelo. Ellos, al menos, no cobran por equivocarse.
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