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pincho de tortilla y caña

El globo del miedo

Desde el domingo por la noche ando, como Diógenes, buscando con un candil al sociólogo que pueda explicarme qué diablos ha pasado

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Luis Herrero

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Que la realidad te estropee un buen análisis es tan frustrante como que a tu equipo lo eliminen de la Champions después de ir ganando en el minuto 89. Esta segunda experiencia, como soy madridista, no la he vivido nunca. La primera, sí. Sin ir ... más lejos, el domingo pasado. Yo ya había estructurado en mi cabeza la elegía del sanchismo que iba a publicar en mi columna de hoy. Lo primero que iba a decir es que, en realidad, el óbito presidencial se había producido el 28 de mayo, tras el escrutinio de las elecciones municipales y autonómicas. Si ese día el castigo al PSOE no fue todavía mayor se debió a que muchos electores consideraron injusto darle una patada a Sánchez en el culo de barones autonómicos que no se lo merecían. Gracias a eso se salvaron Page o Barbón, que se quedaron a un solo escaño del precipicio, y no perdieron por goleada Vara, Puig o Lambán. En las generales, el presidente del Gobierno ya no tenía pararrayos que le guarecieran de la tormenta. ¿Y qué ha pasado en España desde el 28 hasta hoy –iba yo a argumentar, todo chulo– que nos permitiera pensar que se libraría del castigo? El segundo argumento que guardaba en la recámara era que volver a apostar por la estrategia de la alerta antifascista no dejaba de ser una estupidez como la copa de un pino. En las cuatro ocasiones anteriores que lo hicieron –Castilla y León, Andalucía, Madrid y municipales y autonómicas– el tiro les salió por la culata. ¿Por qué iba a ser distinto ahora? Probablemente, la columna que tenía pensada hubiera terminado apostando pincho de tortilla y caña a que a Sánchez le quedaba un corte de pelo como secretario general de su partido. Visto lo visto, sin embargo, lo justo sería que el próximo cliente de la peluquería prefuneraria fuera yo y no él. Desde el domingo por la noche ando, como Diógenes, buscando con un candil al sociólogo que pueda explicarme qué diablos ha pasado para que a estas alturas de la semana solo tengamos la certeza absoluta de que quien no va a ser presidente del Gobierno ni de coña es Núñez Feijoo. La respuesta me la han dado los demóscopos que más se columpiaron en sus predicciones y que, por lo tanto, andan como locos tratando de descubrir cuál fue la causa de su inmenso error. Me explican, y además en estéreo, que de los ochocientos mil electores que ya habían decidido abandonar al PSOE y apostar por el PP, medio millón –sobre todo mujeres– se arrepintieron a última hora porque, en efecto, la sombra de Vox además de alargada les pareció inquietante y tenebrosa. El PP, al avalar nombramientos institucionales de personas que ni siquiera secundan los minutos de silencio por las víctimas de la violencia machista, no supo pinchar el globo del miedo. Su errática política de pactos con los de Abascal sembró demasiadas dudas. Pincho de tortilla y caña, me dijeron ellos, a que mientras Vox no encoja de tamaño o deje de ulular por las esquinas la derecha no se comerá un colín en el Gobierno de España.

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