diario de un optimista
De Versalles a Macron
Los españoles pueden felicitarse de estar hoy menos endeudados que los franceses
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Iniciar sesiónCuando José María Aznar era presidente del Gobierno (1996-2004), España era un país serio y respetado como tal dentro de la Unión Europea. Esta seriedad se reflejaba en la tasa de endeudamiento del Estado, que al inicio del mandato de Aznar ascendía al ... 67 por ciento del PIB y que al final había descendido hasta el 46 por ciento. Esta austeridad permitió a España incorporarse a la zona euro. Hoy en día, España es sin duda un país menos serio, ya que figura entre los países más endeudados de la Unión Europea, junto con Grecia, Italia y Francia. Grecia está, evidentemente, fuera de juego, víctima de sus excesos financieros con motivo de los Juegos Olímpicos de Atenas y de una sucesión de gobiernos de izquierdas. Italia, España y Francia son más comparables por su cultura latina, católica y por el comportamiento principesco de sus últimos dirigentes, poco preocupados por la economía y la austeridad. Sin embargo, los españoles pueden felicitarse de estar hoy menos endeudados que los franceses y de pagar en el mercado mundial de capitales un tipo de interés inferior al que debe pagar Francia. Esta última solo inspira hoy desconfianza entre los prestamistas.
En el extremo opuesto de esta lista de países más endeudados se encuentran, evidentemente, los países del norte: Alemania, Dinamarca y los países bálticos. ¿Cómo lo consiguen? Los servicios públicos en estos países son bastante mejores que en el sur de Europa, la solidaridad social también está más desarrollada y el Estado está bastante más legitimado. Hay que considerar que la deuda es una especie de patología colectiva que no afecta a los países serios y golpea a los alegres y derrochadores.
Si la deuda ocupa hoy en día un lugar central en el debate político europeo es porque no se trata de una cuestión teórica. Las sumas, en miles de millones, no nos dicen nada, ya que nos parecen abstractas . Por lo tanto, hay que llevar este debate teórico a un nivel práctico. Recordemos que cuanto más endeudado está un país más alto es el tipo de interés de sus préstamos para cubrir esa deuda. Y menos capacidad tiene ese país endeudado para cumplir sus funciones esenciales, como garantizar la salud y la justicia, la seguridad, el orden y la defensa militar. En este momento, en Francia y, justo después en España, el reembolso de la deuda se ha convertido en la principal partida de gastos del Estado. Lo que en la práctica para el contribuyente se traduce en menos servicios públicos, menos escuelas, menos hospitales, menos seguridad, menos justicia y menos solidaridad social, ya que los recursos disponibles también están disminuyendo. En resumen, cuanto mayor es la deuda, mayor es el tipo de interés de los reembolsos y menos cumple el Estado con su verdadera función, que es servir a la sociedad.
¿De dónde viene la deuda? ¿Cómo es posible que, siguiendo con el caso español, hoy en día sea, en relación con la riqueza nacional, dos veces mayor que en la época de Aznar? Admitamos que existen otras razones además de la mala gestión pública por parte de gobernantes incompetentes. La crisis financiera de 2008 y la posterior pandemia de Covid provocaron un fuerte aumento del gasto público, con el fin de que la sociedad no sufriera en demasía las consecuencias de estos dos acontecimientos. Estas crisis han frenado el desarrollo económico.
Una vez asumidos estos acontecimientos imprevistos, observaremos que Alemania ha reducido hoy su deuda a lo que era antes del Covid, inferior a la mitad de la deuda española y la francesa. Por lo tanto, hay que tener en cuenta que no son sólo las circunstancias externas, sino también las malas políticas o la indiferencia culpable mostrada por los gobiernos, las que explican básicamente por qué un país está más endeudado que otro.
La demagogia es la base de la mala gestión: al endeudarse, un gobierno puede, provisionalmente, mantener la ilusión de un Estado que funciona y de unos servicios públicos accesibles, ya que el coste de estos servicios se pospone para más adelante, para el próximo gobierno o, mejor aún, para la siguiente generación. La deuda es una forma de comprar popularidad mediante la ilusión de estabilidad, al tiempo que se muestra la mayor indiferencia hacia quienes, tarde o temprano, tendrán que pagarla. Como las generaciones futuras aún no votan, aprovechemos, deben de pensar Macron y Sánchez. Lo cual recuerda una frase atribuida a Luis XV, un Borbón primo del Rey de España que, enfrentado ya a la deuda pública, habría declarado: «Después de mí, el diluvio». Esta frase podría ser el lema de los gobiernos francés y español en la actualidad.
En el caso de Francia, al menos, me sentiría tentado de remontarme aún más atrás en la historia para comprender por qué se enfrenta a una grave crisis financiera que el presidente Macron parece incapaz de resolver, o incluso de reconocer. Él es el principal responsable, ya que ha sido bajo su mandato cuando la deuda francesa no ha dejado de aumentar. Exploremos, pues, el pasado y recordemos que el Estado francés siempre ha sido uno de los peor gestionados de Europa: así ha sido desde Luis XIV. El Rey Sol, en su época, invirtió todas las riquezas de la nación en la construcción del palacio de Versalles y sus jardines. Quedó muy satisfecho, saqueando las arcas del Estado, que en el momento de su muerte estaban vacías.
Su sucesor, Luis XV, no lo hizo mejor, transmitiendo la deuda a su sucesor, el desafortunado Luis XVI, que no tuvo más remedio que convocar en 1789 una Asamblea Nacional. Esta se apresuró a destituirlo para dejar paso, a su vez, a Napoleón. Napoleón no era el mejor de los economistas, pero conseguía llegar a fin de mes saqueando al resto de Europa. Estos métodos expeditivos ya no son posibles hoy en día, salvo que uno sea ruso. Solo queda enfrentarse al pueblo, tarde o temprano, como Luis XVI en vísperas de la Revolución, confesar que las arcas están vacías y que habrá que pagar. Aunque la izquierda francesa, que detesta la realidad, se plantea, si algún día vuelve al poder, no pagar nada. O hacer pagar a los ricos, siguiendo la gran tradición de la verborrea marxista.
Los políticos más razonables, que tienen nociones de economía y son de inspiración liberal, seguirían más gustosamente el ejemplo de Alemania y los países nórdicos. Sí, en el fondo basta con gestionar bien en lugar de no gestionar nada. ¡Pero ahí está el problema! La sombra de Luis XIV se cierne sobre los Borbones y sus herederos , aunque sean republicanos. Ningún ministro francés renunciará jamás a sus palacios dorados, a sus coches y a sus múltiples chóferes, ni se alineará con el comportamiento de los dirigentes escandinavos, que van a la oficina en bicicleta. De qué sirve, me dirán, dedicarse a la política si hay que ir en bicicleta cuando se puede ir en carruaje.
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