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La tercera

Indistinción sin transgresión

Nos enfrentamos a que la tensión entre la alta y la baja cultura pierda sentido por la simple desaparición de uno de los vectores, el de la alta cultura

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Carbajo & Rojo

Elvira Navarro

En los cada vez más lejanos años sesenta del siglo pasado, Susan Sontag escribía sobre la necesidad de acabar con la distinción entre alta y baja cultura. La escritora norteamericana no se negaba a que hubiera jerarquías, pero sí a que fuesen excluyentes. «Estaba – ... estoy– a favor de una cultura plural, polimorfa», escribe en 'Contra la interpretación'. «Entonces, ¿no hay jerarquía? Por supuesto que hay una jerarquía. Si debiera elegir entre The Doors y Dostoievski, entonces –desde luego– elegiría a Dostoievski. Pero ¿tengo que elegir?». Para Sontag, la barrera entre alta y baja cultura era reaccionaria por preservar el moralismo propio de la sensibilidad de la alta cultura; también porque el exceso interpretativo propiciado por Freud y Marx trituraba las obras de arte, su valor inherente, al convertirlas en manifestación de otra cosa.

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