EDITORIAL
Los retos de un reinado
Carlos III sabe que le corresponde reiniciar una etapa propia no solo en el ejercicio personal de sus responsabilidades, sino principalmente en la definición de la monarquía
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Iniciar sesiónCarlos III es Rey del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte desde el mismo momento en que falleció su madre, Isabel II, conforme a la regla institucional británica que descarta que la Corona esté vacante. Este dato sobre la continuidad ... dinástica que hoy encarna Carlos III ilustra el papel vertebrador que la Corona asume en el régimen tradicional británico. Por eso, en este fin de semana de fastos históricos, Carlos III ha sido coronado, pero esto no significará que sus funciones como monarca empiecen ahora. Se entronizará con ellas en plenitud jurídica. La monarquía británica es una suma de significados políticos e históricos, legales y sociales, que se manifiestan en un conjunto de principios y ritos, muchos no escritos, en los que el pueblo británico reconoce una estabilidad que no ofrece la contienda partidista. En un tiempo marcado por el escepticismo, cuando no rechazo, frente a legitimidades que no se someten a votación en las urnas, los actos de coronación de Carlos III reviven los fundamentos por los que la monarquía británica sigue siendo una realidad inaprensible en muchos de sus aspectos y, a la vez, una institución políticamente inseparable de la democracia liberal del Reino Unido y, por esto mismo, de gran utilidad práctica para la convivencia del país.
La Corona que hoy representa Carlos III ha resistido guerras y crisis económicas, convulsiones sociales, Brexit e intentos de secesión territorial. Incluso es testigo de una profunda crisis política en estos momentos de retroceso 'tory' y ascenso laborista, con el primer ministro Sunak en permanente juego de equilibrios y dificultades. La Corona ha sufrido los embates de las vidas personales de quienes han integrado e integran la Familia Real, de los que el propio Carlos III es un buen exponente. Se ha vaticinado el fin de la monarquía británica tantas veces como ha fracasado el augurio. Pero parece evidente que Carlos III sabe que de estas rentas no podrá vivir y que le corresponde reiniciar una etapa propia no solo en el ejercicio personal de sus responsabilidades, sino principalmente en la definición de la monarquía. El legado de su madre duró lo que tardó en convertirse en Rey y ahora ha de pensar en cómo no ser un mero paréntesis entre Isabel II y su hijo, el Príncipe Guillermo.
En todo caso, a pesar de las adversidades y retos que la monarquía británica tendrá que afrontar, la Corona juega con la ventaja de un sistema constitucional que no admite que se le hagan trampas al Rey, porque dañar la Corona es dañar el régimen en su conjunto. La lealtad institucional de los partidos británicos es una constante que refuerza el anclaje de la monarquía en la conciencia de la sociedad británica, plural y diversa como pocas. En efecto, la ventaja de Carlos III es que nadie le siega la hierba bajo los pies. La opinión pública británica ha sabido, hasta ahora, criticar a las personas sin poner en jaque la institución. Sin embargo, Carlos III habrá de asegurarse de que estas reglas de la relación entre la monarquía y los ciudadanos no se quiebren. Las monarquías europeas tienen que convivir con nuevos estados de opinión, que trascienden lo político y entran de lleno en el debate sobre la propia compatibilidad de un cargo hereditario con el tiempo del mérito y la capacidad. Sin embargo, no hay mayor error que unificar el juicio sobre las monarquías europeas, obviando el arraigo histórico de cada una de ellas, las circunstancias del país al que sirven y el papel que pueden y deben asumir.
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