Los socialistas de Vox

Es cierto que los populares tienen tiempo suficiente como para malograr su más que probable victoria, pero manteniendo las actuales condiciones de presión y temperatura nos encaminamos hacia un triunfo sonoro de los de Feijóo. Si ese resultado se ratifica, sólo habrá un gobierno posible, aunque la geometría de los apoyos podrá ser cambiante. Previsiblemente Alberto Núñez Feijóo será presidente y sólo faltaría determinar si gobernará en solitario o si requerirá alguna compañía. En esta segunda hipótesis, no está grabado en ningún mármol quién debería ser su socio preferente.

El otro día Ignacio Camacho explicaba en estas páginas que existen cuatro tipos de votante del PP y Vox, y creo que acertaba: los que quieren que pacten, los que no, los que les da igual y los que lo consideran inevitable. Si usted es votante de Feijóo (o Abascal) escoja libremente su nicho. Frente a esta conciencia cuatripartita, en la otra orilla parece que sí existe un juicio unificado donde todo el socialismo consideraría que pactar con los de Abascal supondría un grave peligro. Es irrelevante en este momento del razonamiento la veracidad de la hipótesis, se trata simplemente de desarrollar la lógica que inspira a unos y a otros. Para el PSOE, un gobierno del PP con Vox entrañaría una regresión en derechos, una puesta en riesgo de los fondos europeos, un peligro para la democracia española, un desafío para la protección de las mujeres, la instalación de la extrema derecha en las instituciones y, para los más cafeteros, el regreso de los marcos preconstitucionales.

El escenario más probable al que se enfrentará el PSOE, si se cumplen las predicciones, es contar con unos 100 diputados, una nula posibilidad de formar Gobierno pero sí un peso suficiente como para evitar que Vox fuera un socio imprescindible del PP. Es decir, los diputados socialistas tendrán en la yema de su dedo la posibilidad de evitar que asuma responsabilidades ejecutivas un partido que, según sus propios marcos, encarna todos los peligros arriba reseñados. En cumplimiento de la racionalidad más elemental, sería un delirio que un partido que tiene en su mano evitar semejante catástrofe no lo hiciera.

Por pura exigencia lógica, cabría preguntarse qué bien invisible podría manejar el Partido Socialista para no ejecutar un apoyo que acabaría por desactivar aquello que desde hace años anuncian como un mal superlativo. Sólo caben dos respuestas: o bien desean ese mal para España porque de algún modo les beneficia, o bien ni siquiera ellos creen en el apocalipsis que insisten en preludiar.